LA TRIBU

Profanadores

Dígame con qué se pena eso, qué castigo merece un delito que no respeta ni la tumba de los difuntos

Varias tumbras del cementerio de Brenes fueron profanadas de madrugada en el mes de agosto EFE
Antonio García Barbeito

Esta funcionalidad es sólo para registrados

Era sagrado para todos. Se decía cementerio y la palabra imponía. Ni siquiera había que decir camposanto. Cementerio fue siempre esa voz que daba miedo, causaba respeto, pedía distancia, imponía actitud de silencio. Las veces que los chiquillos íbamos al cementerio, algo que ocurría solamente el día de Tosantos, nos comportábamos como si recorriéramos una iglesia sin techo, un lugar sagrado, una ermita silenciosa a las afueras; quizá por eso, cuando entrábamos al lugar, no sabíamos bien si santiguarnos o no santiguarnos, si rezar o no rezar, si hablar normal o en voz baja. El cementerio, sagrado. Nos aterraba el cuarto de la autopsia, qué miedo, y acercarnos a nichos o tumbas de chiquillos de nuestra edad, y aun menores que nosotros, que hubiesen muerto por accidente o enfermedad, chiquillos que habíamos visto correr por las calles o jugar en el recreo de nuestra escuela. El cementerio, siempre sagrado. Y siempre lugar donde nos nacía el miedo al más allá, el miedo al misterio de la muerte. Y por eso, en cuanto la tarde de noviembre empezaba a dorarse pidiendo sobretarde precipitada, tomábamos el camino de vuelta al pueblo.

En un pueblo de Sevilla, como otras veces en otros, de Sevilla y de más provincias, han entrado a profanar el lugar sagrado del cementerio. Ya no hay barreras para la delincuencia, el vandalismo o el absoluto desprecio a todo lo que suponga un sitio especial y sagrado para los demás. En Brenes, han movido y han arrancado lápidas, han movido ataúdes, han violentado el lugar de la paz, la ciudad de los muertos, el sitio que siempre se ha respetado. No hay límites para quienes consideran que el mundo es un campo perfecto para sus dudosas diversiones, sus barrabasadas, su desahogo, su maldad… Al cementerio no iba nunca nadie de noche —mucho menos los chavales—, daba pánico a cualquiera, o era respeto, o era el tener claro que había sitios muy especiales, sitios a los que había que ir de día y con pies alados y voz suave. Hoy, ya ven, el vandalismo, la maldad, el mal gusto, la gamberrada o la «gracia» de algunos lo mismo rompe puertas de una iglesia que salta tapias de cementerio; hacen de la profanación una diversión para contar más tarde sus batallitas. Ya saben las medicinas que solemos aconsejar aquí para delitos parecidos. Pues que no cierre la botica. Piense que ha enterrado a su padre, a un hermano, a un hijo, a un abuelo, y llegan al cementerio unos desalmados y remueven la tumba de su ser querido. Dígame con qué se pena eso, qué castigo merece un delito que no respeta ni la tumba de los difuntos. Hay canallas que no nos dejan en paz ni muertos.

Comentarios
0
Comparte esta noticia por correo electrónico

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Reporta un error en esta noticia

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Muchas gracias por tu participación