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El problema de mañana

Roma comenzó a caerse cuando perdió su identidad. Algo de eso nos pasa en España

Felix Machuca

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Frente a lo que la mayoría de la gente piensa, los bárbaros que presionaban las fronteras imperiales de Roma para saltárselas, a veces de forma cruenta o trepando los altos muros de la muralla de Adriano en Britania , nunca quisieron invadirla para destruirla. Arrasarla. Todo lo contrario. La invadieron para vivirla y disfrutarla, para gozar de aquel estado de bienestar que, desde Augusto, al principio de nuestra era cronológica, se había instalado en los dominios de Rómulo y Remo, gracias a los inmensos tesoros rapiñados en las guerras expansionistas y al trabajo de los esclavos. El bárbaro con el hacha en la mano destruyendo todo lo que se encontraba a su paso es, ciertamente, una imagen tan cinematográfica como equívoca. Puesto que, realmente, todo el que cruza una frontera sin permiso lo hace a sabiendas de que puede o debe ser rechazado.

En el caso de Roma, los bárbaros del norte o del sur, traspasaron los límites imperiales buscando lo que no tenían: bienestar y comida. Algo que hoy se vuelve a repetir, con muchísimos matices, en las fronteras de la Unión Europea. A nosotros, por pura geografía, nos ha tocado sufrir la experiencia de la frontera africana, una enorme fábrica en continuo funcionamiento que exporta hacia Europa todo el que pague, a muy buen precio, un viaje al continente para quedarse.

Disfrutar de la luz, del agua corriente, de la sanidad gratuita, de la escolarización de los hijos y de las ayudas estatales para la subsistencia es para estas nuevas oleadas que presionan en nuestras fronteras y la traspasan con mayor o menor laxitud, lo que para los bárbaros de aquella Roma suponía encargarse de sus tierras, de sus ejércitos o de sus inagotables días de fiestas y circo. Con comida subvencionada por el emperador y un mundo fascinante donde sobrevivir no era tan duro y lóbrego como hacerlo en la frontera norte del Danubio. La similitud de los casos resulta asombrosa. Y, según se desprende de un magnífico artículo del catedrático Genaro Chic, «Los emigrantes como síntoma en Roma» , las empresas piráticas que suministraban de esclavos a la maquinaria imperial para que atendieran los trabajos y ocupaciones que el romano había abandonando para vivir el «dolce farniente» de las grandes ciudades, se asemejan muchísimo a las mafias navieras que trafican con carga humana para traer mano barata al continente . Con Acuario o con Fanta de limón…

Una persona de mi entorno familiar se asombraba hace ya algunos años cuando le dieron la nacionalidad española. Esperaba de un acto tan importante cierto grado de solemnidad. Pero todo fue sumamente burocrático y frío , una firma delante de un alto funcionario que puso sobre su mostrador las planillas a rellenar y basta. Ni un beso a la bandera. Ni una pregunta sobre el país de adopción. Ni un juramento de lealtad a una nación que le entregaba el derecho a ser español y a serlo como si hubiera nacido en la Puerta de la Carne. Los italicenses, en época de Adriano, abandonaron su ventajoso estatus de municipio con plena autonomía por el de colonia de Roma, por el hecho de sentirse más romanos que los romanos de la capital del imperio . Ese orgullo de pertenencia existe cuando el Estado no se ha derretido y diluido bajo fórmulas territoriales fragmentarias o ideas cuasi feudales sobre la cohesión nacional. Y ese es un problema grave para un incierto futuro. Los que vienen, ya por las buenas ya por las otras, para quedarse, tienen difícil saber lo que es España y lo que significa ser español. Entre otras cosas porque ni nosotros mismos lo sabemos. En vez de ser fuerzas integradoras pasarán, por educación escolar y ambiental, a serlas disgregadoras. Uno de los motivos por los que Roma encontró su mejor camino para caerse para siempre fue ese: perder la memoria de su identidad. Ni el romano del siglo quinto ni el bárbaro que ya era general en sus ejércitos o terrateniente en la Campania, tenían claro lo que era ser romano. Dejaron de ser lo que fueron. Y es posible que nosotros también estemos en el mismo camino. No es malo que vengan. Lo malo es a dónde vienen para darse cuenta que nuestra identidad y nuestro Estado es cada vez menos identificable.

El problema de mañana

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