Javier Rubio - CARDO MÁXIMO

Portadas

No hay quien nos libre de esta pesada carga anual, con todos sus ritos asociados como si se tratara de las reglas no escritas de una hermandad de feriantes

JAVIER RUBIO

LO mejor de las portadas de la Feria es que se renuevan año tras año y el bochorno sólo dura una semana cada doce meses. Lo peor, bueno, lo peor ya lo habrán descubierto por ustedes mismos con esa colección de propuestas, a cual más disparatada, para elegir el diseño del año que viene; de esa galería de los horrores, lo más sensato que puede decirse es que han elegido a la menos mala, con independencia de otras consideraciones de afinidad ideológica, que de todo hay en la viña del Señor. Un amigo me desliza, con aviesas intenciones, la maldad de que la han presentado en plenas vacaciones de agosto para pillarnos a todos con la guardia baja y hacer pasar el mendrugo como si fuera flor de harina. Pero como eso es harina de otro costal, quedémonos con que esta cuestión que tanto da que hablar no sirve para otra cosa que para distraernos de los escalafones universitarios y la ruina educativa.

La principal objeción, no obstante, hay que hacérsela a quienes propugnaron las bases del concurso o, antes que a ellos, a quienes se empeñan en dotar a la portada de Feria de una entidad que no tiene ni por el forro: hay miles de sevillanos que van y vienen del recinto ferial abrileño y no se asoman ni por equivocación a contemplar el «ascua de luz» como no sea que la cola de los taxis sea larga y les dé por matar el tiempo. Así que no hay quien nos libre de esta pesada carga de la portada de Feria anual, con todos sus ritos asociados como si se tratara de las reglas no escritas de una hermandad de feriantes: la función principal de instituto que es el alumbrao, el besamanos de las imágenes que es la colocación del primer tubo en una fría mañana de diciembre y el pregón íntimo que es la elección del diseño ganador. Qué pesadez. Se podía creer que esos hitos del calendario eran cosa de Carretero, el factótum durante demasiados años del montaje, pero ya se ve que todo se pega menos lo bonito.

Y luego está la manía del simbolismo y de las efemérides. Resulta que no se puede hacer una portada con los paneles blanqueados enmarcados en un friso calamocha. No, señor. Hay que incluir elementos que recuerden lo que sea: si es el aniversario de la Expo, hala, las chimeneas de la fábrica de Pickman y el casquete -sin segundas intenciones- de las azafatas de la muestra universal descolorido por el paso del tiempo como se nos puntualiza con insufrible regusto por los detalles. Y los símbolos, claro, que no falte de ná; que para eso el cartel de Semana Santa del Consejo de Cofradías es un jeroglífico en el que cada pincelada evoca no sé qué de las devociones particulares del autor o la familia política del que lo encarga. Paparruchas de consumo interno, vamos a dejarnos de tonterías: un cartel del que hay que explicar los detalles está muy bien para darse el pisto en los palcos pero a los forasteros que no están en el ajo no les dice ni fu ni fa. Como la portada de Feria para 2017: ni fu ni fa. Con decir que el bochorno sólo dura una semana al año...

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