El Palmar
Cuando leo que el último «papa» palmariano ha pasado por un banquillo por robo, no me extraña
Si me olvido de una noche de finales de septiembre en Pedraza, cuando no sabía dónde meterme ni qué hacer con aquella camisa de mangas cortas, mientras -eso sí- miraba la belleza del sitio y me asombraba de la noche misteriosa; si olvido aquella noche, ... donde más frío he pasado en mi vida fue en la loma de la finca La Alcaparrosa, en El Palmar de Troya de las primeras canalladas de algunos videntes, con Clemente Domínguez, alias La Voltio, a la cabeza. Había dicho Clemente, en uno de sus largos ratos de falso éxtasis, que la Virgen bajaría el día 15, no recuerdo si de octubre, noviembre o diciembre. Y, claro, entre la novelería propia de ver bajar a una Virgen y la insistencia de un par de ociosos que con tal de llenar horas libres se apuntaban a todo, autostop incluido, allá que fuimos. Salimos del pueblo después del almuerzo. A la aventura. Dios mío de mi alma…
Clemente no tuvo piedad, y dijo que la Virgen le había dicho que estaría ese domingo en La Alcaparrosa, para que todos pudieran verla. No quiero ni recordar la estampa de enfermos llegados de toda España, unos con muletas, otros en silla de ruedas, otros apoyados en familiares, incluso algunos en camilla. Por allí rondaba un cura maño al que llamaban el padre Luna. Clemente y su cuadrilla de «videntes» andaban allá arriba, donde estuvo -ya no existía, la gente fue llevándose hojas, ramas, hasta hacerlo desaparecer- el lentisco de la primera «aparición», y en la ladera, los enfermos y sus familiares esperando a que la Virgen descendiera de los cielos. La sobretarde fue cayendo como un bando de pájaros de hielo. Soplaba el viento y aguantar allí era ya una enorme prueba de fe. Cuando algunas protestas subieron de tono, alguien dijo que Clemente había entrado en éxtasis… ¡Silencio…! La gente corría hasta lo alto de la loma donde Clemente, arrodillado y con los brazos levantados, miraba al cielo y hacía el barbo. La gente le había colgado rosarios en los dedos. Un golpe de histeria colectiva estuvo a punto de convertir aquella finca en el patio de un manicomio. Se hizo la noche, pronto, como ocurre en esas fechas, y Clemente seguía allí, fingiendo un éxtasis. De pronto, Clemente cayó al suelo y veinte manos trataban de levantarlo. Lo levantaron y, con la voz entrecortada y en voz baja, habló: «Me ha dicho la Virgen que no estamos preparados para recibirla…» Como dijo un presente: «Pa matarlo…» Ya sabemos que «llegó» a papa y todo lo que ha venido después. Cuando leo que el último «papa» palmariano y su mujer, que fue «monja», han pasado por un banquillo por robo, no me extraña. Aquello no podía acabar mejor. Y aún no ha terminado.
antoniogbarbeito@gmail.com
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