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Luz de vida
Esta es una luz que no se apaga, que no lo hará nunca entre quienes profesamos amor a las playas de Sanlúcar y a las riberas de Sevilla

A Carmen Laffón
Luz de Vida, Carmen. Eres un faro en la bruma para muchos de nosotros. No solo por cuanto inspira esa luz fenicia capaz de captar la esencia del paisaje que te quiere, en el fin de un río grande como el ... nuestro, sino porque dejas la constancia de cuanto significa el vivir con todo, el sentir del tiempo, desde un Coto de Doñana, desde Bajo de Guía, desde las mismas salinas de Bonanza. Esta es una luz eterna y nos la brindas para siempre. Esa luz nos acompañará a cuantos adoramos el mismo cielo y nos recordará que todo esto es un regalo de vida, un paraíso donde ser feliz.
En los muchos años de pintura, lo que más presencia ha tenido en tu obra es la soledad con la que abrazas lo representado. Es una soledad serena que invita a mirar desde lo privado, como una lentitud cautivadora, la que nos seduce en voz baja y a plena luz. Esta es una luz que no se apaga, que no lo hará nunca entre quienes profesamos amor a las playas de Sanlúcar y a las riberas de Sevilla. Es el mismo río y la misma luz. Sentirla y disfrutarla requiere calma y deseo, entrega y tiempo.
Muchos creadores han bebido de tu mismo manantial; siempre generosa y preocupada por los que han venido después, incluso los más distantes estilísticamente. Siempre interesada en la nueva creación, agradeciendo gestos e improntas distintas, pero ciertas. Meticulosa, aguerrida trabajadora, infatigable para quienes te hemos acompañado en algunos proyectos, precisa, insobornable, dejas un legado precioso y muy bello, no solo en tus cuadros, sino en la mirada de todos nosotros. Ahora será inevitable no tenerte ante un atardecer calmado, de esos que se inician en el Sur cuando todo está quieto, que quedan impregnados en la cal de los muros de las casas blanqueadas y sobre el que se empiezan a dibujar sombras elegantes y poderosas. Las mareas de Sanlúcar están también contigo y los caballos que corren en el júbilo de agosto; los ortos más bellos bañados por una bruma fina, tu luz, y también todas las cosas reposadas en tu estudio, engrisadas, permanentes, silentes, como siempre han estado a tu lado.
Eres un alma premiada por el mundo que se te entregó como dispuesto para un banquete de celebración, bello y colorista. Pero no puedo dejar de reconocerte, que tras toda esta admiración que te profeso como profesional de Arte encuentro en ti algo más enorme, a una persona bellísima, cariñosa, atenta, bonita. Siempre exquisitamente cerca de quienes necesitábamos una buena palabra o un buen gesto, amante de conversaciones serenas y de silencios emocionantes. Esta es la amiga que a la que despido, con el agradecido sabor de los que han disfrutado de tu afecto. Sí, doy las gracias a mi buen Dios por haber podido tener el privilegio de mirar contigo la misma mar, la misma sal, a tu lado.
Como tú, creo en la inmortalidad, en ese deseo de dejar lo mejor de cada uno antes de partir de este mundo, algo que ayude, que conmueva, que regale vida a otros que no saben que tanto lo necesitan. En esto te empleaste con todo tu ser, pacientemente, pintando durante meses franjas de tiempo mínimo en el que las luces variaban lo justo para esperar a otro día. Nunca dejaste de pintar en esa espera, como si nada más importara. Ese rigor te ha llevado a replantear obras, como si nunca estuvieran acabadas. Me fascina el que algunas estén fechadas en varios años, hoy distintas al origen. Un retoque era suficiente en un reencuentro. Era apasionante verte mirar tu propia obra como si fuera la primera vez y entonces, tu palabra huía para dejar paso a otra forma de estar y ser parte de ella.
Luz. Luz. Luz. Siempre la luz. La nuestra es una cultura de la luz, la que hace posible la existencia, la consumación de la mirada, el agradecimiento de lo descubierto. Ese ha sido el motor de todo, ¿verdad? Encontrar el momento justo para la plena comunión con lo atrapado. Esa luz siempre ha estado contigo, no solo como pintora. Eres una mujer de una poderosa luz interior, esa que reconforta a quienes te acompañamos, la que enardece, la que apacigua, la que se agradece. Luz de vida, amiga mía, eso eres tú. Una luz Carmen Laffón.
El atardecer más bello esperará a otros pintores que apuren el tiempo con la precisión de un científico, que se dejen vencer por su belleza, que presientan que el ocaso es más vida que la noche (que también es vida), que vuelvan cada tarde naranja a reencontrarse con las sutiles variantes de un dorado lejano y viejo, que escuche su murmullo de espumas en el mar de fondo, que se entreguen a recuerdos imborrables, para llegar hasta el mismo rayo verde en el confín de nuestro océano. Mirar como Carmen Laffón, con la paciencia del verdadero amor es algo que tendremos que enseñar en las escuelas de arte, para recordarnos que hay valores más determinantes.
Gracias, Buena Estrella, entre las muchas cosas que me has brindado para este viaje efímero, hay una que no dejaré de festejar: los amigos que me pusiste en el camino, a los que escuchar, de los que aprender. Gracias por este regalo para siempre, Carmen Laffón.
PACO PÉREZ VALENCIA ES DIRECTOR DE LA UNIVERSIDAD EMOCIONAL
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