Tribuna abierta
Educar para salvar el mundo
Los mejores maestros sólo ven la realidad en los ojos de sus alumnos. La educación lo es todo, pase lo que pase, y eso lo sabemos
A todos mis compañeros de Universidad. A todos mis maestros. A todos los que enseñan.
Soy un profesor que comienza curso. Uno de los muchos de este país, consciente del riesgo de vivir, muy especialmente en estos momentos inciertos y aún con todo, deseoso de llegar al aula, de mirar a los ojos de mis alumnos, de provocar su fuerza, de agradecer la vida. Soy uno de ellos, de esos que aman el mundo con vehemencia, que sienten la dicha de enseñar, que saben de la deuda contraída por la que buscamos entregarnos con todo lo que somos.
Comienza un curso difícil. Todo cuanto la experiencia nos brindó se ve abruptamente transformado, volvemos a las aulas con muchas dificultades, que trataremos de salvar con mayor conexión con nuestros jóvenes expedicionarios, porque habrá que pelear mucho, que achicar espacios, que buscar otras alternativas, para hacernos sentir cerca de quien empieza, para poder entregar cuanto tenemos con mayor convicción, de otras maneras. Ahora más que nunca será necesario reír juntos, también llorar, escuchar con alma, atender cada detalle como orfebres de espíritus, construyendo proyectos desde la co-creación, fortaleciéndonos unos a otros, impulsando posibilidades, embarcándonos en aventuras que creíamos desterradas en nuestros corazones previsibles. Es el momento de hacer cosas nuevas, de saltar sin miedo, de buscar alternativas y de cuestionarnos todo.
Con toda mi admiración, hay cosas que me gustaría compartir con los que ahora se lanzarán al mundo con entrega, con la pasión más vehemente, con el hambre de vida que nunca se sacia: aquellos que al entrar en un aula, lo harán con la ilusión de aquellos años de juventud, en los que la energía contenida en nuestros cuerpos era radiante, bellísima. No nos hace falta nada. Nada más que ese deseo que permanece con nosotros desde el origen de todo. Nada es más importante que cada uno de nosotros. Nada merece la pena que desear construir el mundo que viene, entregarnos con lo que tenemos, pedir ayuda, explorar lenguajes, saciar el hambre. Todo lo que sea. Hoy se juega el futuro del mundo en cada aula.
Hoy empieza todo. Cada día, cada instante es único para quien lo vive. Siempre surge la vida con toda su fuerza en cuanto nos rodea, ese escenario enorme, nuestro. La vida, que sabe de emboscadas, nos cuestiona constantemente, nos cimbrea, nos golpea, nos inquieta, nos perturba, nos cautiva… y cuando vivimos con todo, sintiendo los instantes, los destellos del mundo, los vientos, las canciones tristes, los besos más bellos, entonces es cuando agradecemos lo fascinante de vivir y también esa extraña complejidad que tiene la lucha descarnada por no perdernos, la impotencia de no poder brindarnos más a los otros, de sentir la pérdida y el dolor ajeno. Créanme, merece la pena tanto esfuerzo, tanta soledad.
Y llega el día de hoy. Estamos obligados a avanzar en medio de esta niebla que impide a nuestros capitanes marcar un rumbo. No temáis a este poder fascinante. Confiad en el instinto de quien se siente parte de todo esto. ¿Recordáis aquella primera clase? Hoy empieza otra, es igualmente nueva, única. No mires afuera, no dejes que las estériles especulaciones te frenen, no atiendas a cifras, ni a estadísticas, lo que de verdad importa está dentro de ese aula. Los mejores maestros solo ven la realidad en los ojos de sus alumnos. La educación lo es todo, pase lo que pase, y eso lo sabemos. No desfallezcas, amárrate al agradecimiento de aquel estudiante inesperado, como si fuera un árbol único, un árbol capaz de unir la tierra con el cielo. Ninguno puede quedar atrás. Ninguno. Hay que extremar toda nuestra entrega, reunir fuerzas, pedir ayuda, aprender, seguir aprendiendo, con el manejo de tecnologías y con nuevas herramientas, pero no olvides que en todo eso lo imprescindible está allí, contigo.
En plena carrera espacial, los norteamericanos buscaron nuevos medios de avance para un futuro que llegaba a velocidad del instante. Entre las muchas cosas que surgieron desde lo nuevo, buscaron la forma de escribir en esa gravedad 0 y consiguieron encontrar los medios hasta inventar un bolígrafo capaz de ser usado en cualquier posición, aun bocabajo, sin que la tinta se interrumpiera. Un bolígrafo cósmico, universal. Dotaron a sus astronautas de bolígrafos que nunca dejarían de escribir. Los rusos dieron a los suyos un lápiz.
Un lápiz y un deseo más fuerte que una pandemia. Eso es todo. Saldremos entre interrupciones, clases divididas por seguridad, temarios readaptados, alumnos distraídos por tanto ruido y miedo, mucho miedo, pero nada parará ese deseo que viene con nosotros alimentado por una vocación que se nutre de algo fascinante: hacer de este mundo, un lugar común, extraordinario, de todos, para todos. Nadie es más que tú, ni menos que tú, sino igual que tú.
Estas son algunas de las cosas que me hubiera gustado que alguien me contara antes de entrar en un aula para brindar mi talento. Hoy me las digo como un viejo boxeador rocoso, sé que cuando suene la campana, estaré solo en el ring de la vida. Mi entrega sigue intacta, viva.
Hoy será un día único en el curso más bonito de mi existencia. ¿Ya he dicho algo así a lo largo de los años? Sí, cada vez que siento el placer de comenzar un curso, como este, como nunca.
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