¿Otoño?
Nos estamos quedando sin otoño, porque el verano gana territorios
Nadie como el de Moguer: «Es abril porque abril está pasando…» Eso mismo podemos decir del otoño: ¿Otoño, esto es otoño? Pues es otoño porque estamos a veintitrés de septiembre, pero si esto es otoño, que venga el dios del verano a decirlo. Llevamos más de cincuenta días de infierno desde que el dos de agosto dijo que se había terminado lo de dormir tapado las noches de julio, que a ver qué cachondeo es este de la gente huyendo de las terrazas a las diez de la noche. Llegó agosto, no vio al verano en su cama y preguntó por él, y cuando le dijeron que todavía no había venido, pidió leña y encendió la candela. Y escrituró a su nombre la parcela estival. Y aquí nos vimos, dentro de este incendio que necesitará tres cuerpos de bomberos de otros tantos chaparrones gordos y largos para que podamos caminar por él sin quemarnos los pies.
Juan Ramón decía que abril no era «porque en el alma mía / no se levanta el sol de mi esperanza.» Y nosotros decimos que no es otoño porque ni llueve, ni deja de caer plomo derretido, ni deja de arder el aire del aire, ni se extingue el incendio de la luz que parece haber sido vendida a la canícula. Y no sólo es este año. Nos estamos quedando sin otoño, porque el verano gana territorios. Qué pena que no fuera al contrario y el verano encogiera como cochinilla de la humedad a favor del alargue del otoño, y que las lluvias se vinieran y mojaran los primeros membrillos. Es verdad que la memoria es capaz de recordar otoños lejanos que tardaron en parecer otoños, pero una cosa es la sequía y otra el calor, el desenfreno de las calores, el abuso del verano, la cabronada de los días iguales por incendiados. Ya que el vaina de Pablo Iglesias quiere un referéndum para quitar los toros —un referéndum para quitar a gente como tú, so antiguo, que eres un antiguo—, tendría que organizarlo para quitarle siquiera un mes al verano y dejarlo en dos meses, que aquí no hay estación que tenga más de dos meses, salvo el verano, que nunca tiene menos de cuatro. Guerra al verano. Habrá que inventar cohetes que provoquen tormentas, lluvias… Subidos a las azoteas de septiembre, no se tienen noticias del otoño, si lo entendemos como noches frescas —¡siquiera las noches, Señor!— y esperanza de cambio. ¿Cambio? Para peor. Ni siquiera nos atrevemos a sacar santos en rogativa, para no dejarlos en mal lugar, que las previsiones son de tiempo seco, y siempre hay tiempo para dejar de creer en los milagros. La frase, al mirar este otoño recién nacido, está en la voz de los viejos hombres del campo en días de tiempo de ruina: «¡Valiente tiempecito más criminá tenemo…!»