LA TRIBU

Orgullo

Hablemos un buen español de la manera más hermosamente andaluza

Hay que tener orgullo de ser andaluz ABC
Antonio García Barbeito

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Como si ahora tuviera uno que pasarse el día demostrando que es más andaluz que nadie, presumiendo de lo que a lo mejor ni es ni tiene y exagerando un acento que no nos sale de natural. Con el orgullo de ser andaluz me pasa como con otros orgullos, que no sé a qué vienen. En casos así, contra orgullo, naturalidad. Sea usted como es y ahí va todo su orgullo sin más; ni hay que esforzarse en decir «tres mir pejeta» para parecer más andaluz, ni hay que hablar con la boca chica cuando decimos «dedo», no vaya a ser que algunos crean que hablamos muy finos. Hablemos un buen español de la manera más hermosamente andaluza.

Naturalidad. Eso es lo que nos falta. Me he pasado muchos años en medios de comunicación nacionales y, aunque es verdad que estos años fueron ya en democracia, jamás oí a nadie ponerle un pero a un acento que no fuera el «castellano de Madrid», ya fuera el gallego que se le resbalaba —y se le resbala— a Bieito Rubido o el sevillano que le silbaba de gracia y de guasa a Antonio Garmendia. Y estoy seguro de que si alguien hubiese levantado la voz contra esos acentos, hubiese recibido la contestación oportuna con el debido acento. Una vez, en la grabación de unos textos en la radio, alguien me dijo que si podría castellanizar, y le dije que sin ningún problema, pero que así como los personajes —bíblicos— que otros interpretaban hablaban en origen una lengua que no era el español, ¿por qué iba yo a cambiar no ya de lengua sino de acento? ¿O es que el andaluz sólo es válido para hacerlo gordo, exagerado, chabacano, ridículo, vasallo, torpe, analfabeto, forzadamente gracioso y vergonzoso? No se trata de tener ningún orgullo, se trata de aceptar y de amar lo que se habla, con la misma alegría con que la gente de algunos pueblos —Carrión, Olivares, Benacazón…— pronuncian la elle con todo su sabor y todo su acierto; por la misma razón que en la serranía huelvana se usa el diminutivo en ino o en otros sitios, donde algunos decimos «vamos», ellos dicen «vaya». No se trata de levantar un innecesario orgullo sino de mantener un culto lenguaje con sonidos que desde que nacimos están ahí, sonando a gloria sin necesidad de pregonarlos. Ni González, ni Clavero, ni Guerra, ni Arenas dijeron nunca que hablaban andaluz orgullosamente; se limitaron a hablarlo, sin complejos absurdos, y los entendían, todos, en todas partes. Y los entienden. Dije alguna vez que el andaluz es el dios de mi boca, porque es el que creó y gobierna en mí los sonidos del habla, como en otras bocas son otras lenguas u otros acentos. Por eso, en vez de orgullo, naturalidad. Eso que no es tan fácil.

antoniogbarbeito@gmail.com

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