Javier Rubio - CARDO MÁXIMO

Onda-corpúsculo

Lo sorprendente es que en las dos universidades sevillanas no haya expertos en los comportamientos de la masa

Imágenes de nazarenos en la madrugada del Viernes Santo J. M. SERRANO

JAVIER RUBIO

Probablemente, nunca lleguemos a enterarnos de qué pasó la madrugada del Viernes Santo de 2017. Es el signo de los tiempos: todas las certezas se derrumbaron y cuanto nos queda es apenas un manto de incertidumbre, la característica principal de nuestra existencia desde que Heisenberg dio forma al principio que gobierna la relación entre la medición del observador, la posición y la velocidad de las partículas subatómicas. Los anales de las cofradías de Carrero están repletos de hechos históricos de los que se conoce su origen, su desarrollo y su consecuencia. Hasta que la incertidumbre se apoderó de la noche como un velo que impidiera una visión correcta de lo sucedido. No sabemos qué pasó en 2000 y, me atrevo a hacer el vaticinio, no sabremos qué ocurrió en 2017.

Probablemente, porque sea imposible establecer con precisión la velocidad a la que se transmite la psicosis colectiva desencadenante del comportamiento anómalo de la multitud y la posición exacta del primer elemento que da origen a las manifestaciones de esa masa descontrolada. Del mismo modo que es imposible averiguar si el gato de Schrödinger está vivo o muerto en un momento preciso, resulta imposible descubrir si la agitación extrema del público que presenciaba las cofradías era consecuencia de algo anómalo que infundió el desconcierto o si, por el contrario, la agitación fue la causa de la sugestionabilidad ciega que precedió al descontrol.

De los informes recopilados por las seis hermandades de la Madrugada sólo puede deducirse que las causas y sus efectos —ambos entremezclados y confundidos— se transmitían a una velocidad que somos incapaces de imaginar dando varias vueltas a la «pescadilla que se muerde la cola» con la que la sabiduría del vulgo ha bautizado la situación de vulnerabilidad que ofrece la carrera oficial siempre a la misma hora.

Y ya que estamos metidos en las arenas movedizas de la física cuántica, bueno será recurrir a otro concepto para explicar por qué un alarido en la plaza del Triunfo puede transmitirse casi de forma inmediata hasta impactar en la Campana o en la calle Marqués de Paradas. La dualidad onda-corpúsculo de la luz se estableció empíricamente en la segunda década del siglo XX por De Broglie. Hasta entonces, las partículas y las ondas tenían comportamientos incompatibles. Una masa como la que abarrota las calles de la ciudad a esa hora bruja está formada por partículas elementales, pero su actuación durante esos momentos críticos en que el riesgo se propaga se asemeja a una onda. No hay que pensar en el tiempo que tarda una partícula (una persona) caminando de la plaza del Triunfo a la del Duque, sino en el intervalo mínimo en que se transmite como un fluido atravesando a la velocidad del sonido la muchedumbre compacta. Lo sorprendente es que en las dos universidades sevillanas no haya expertos de categoría mundial en comportamiento de las aglomeraciones.

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