Nana de la Virgen

Igual que la Virgen de los Reyes arrulla a su Niño sé de una madre que mece a su chiquilla

Alberto García Reyes

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A María Valcárcel Parias, una luchadora.

Cuenta una antigua leyenda de la Virgen de los Reyes que cada vez que se enfrenta la ciudad a un accidente y sale del drama ilesa, las monjas que al indigente sus harapos le remiendan y dan lo que ellas no tienen, han de zurcirle las medias al Niño de la Sedente. Cada vez que están con Ella mientras Sevilla se duerme para cumplir la encomienda de vestir a sus regentes, si ha ocurrido una tragedia, el Chiquillo siempre tiene un rasguño en sus calcetas, tiene un dedo a la intemperie que se le ha salido fuera. Y las hermanas, con temple, ejercen de costureras para coserle ese siete al Infante de esta tierra, al Muchacho que más quieren, Niño de sus entretelas.

Cada vez que algo nos duele, ésas de la Cruz a cuestas nos prestan sus alfileres y cosen nuestras duquelas porque esas pobres mujeres navegan en la opulencia de no tener más deberes que servir, esa es su herencia: tejernos un manto verde para arrullar nuestras quejas. Por eso les he pedido por una niña que lleva su vida entera en suspiros, una hermosura pequeña con el cuerpo siempre en vilo que vive echando las cuentas de lo que aún no ha vivido. Porque merece la pena coger la aguja y el hilo y coserle ropa nueva -unas sábanas de lino, un moisés blanco de seda y una cuna de tisú- si le bordan su tristeza las hermanas de la Cruz. Le he pedido a la Maestra que, igual que al Niño Jesús su ropita le remienda, le hilvane un retal de luz a la niña de mis prédicas.

Y le he pedido también por su madre, que es su reina, que duerme siempre a sus pies haciéndole mil promesas: «Tú puedes, que yo lo sé, un poco más, mi princesa, que cuando hablemos de ayer, de esta amargura tan lenta, recordaremos que fue tan solo una dura prueba que nos ayudó a crecer y a tener aún más fuerza. Ten esperanza, mujer, que la Esperanza te vela con una llama de fe». Su madre no se despega de su llanto y de su cara. ¿Qué madre pura se aleja del fruto de sus entrañas? La Virgen le tararea al Mesías una nana cada agosto en su novena porque nunca se separa de su Niño cuando reza. Yo he contemplado esa estampa en otra madre que sueña con pespuntear el alma herida de su pequeña. Y he divisado las alas que a la Patrona rodean cuando sale a ver el alba sobrevolando la estrella de esa madre en su cruzada y a las aves que corean tres décimas de esperanza. Una banda de palomas toca su antiguo sonido, cada músico un graznido, el cielo lleno de aromas que sobrevuelan las lomas de la música mariana antes de abrir la mañana. Así componen su marcha, con melodía de jarcha, las palomas en su nana. Se acercan para escuchar a la madre su murmullo, la jonda queja de arrullo que le canta al suspirar. Ellas echan a volar y les deslumbra el rubí del cielo en su frenesí al pasar por su corona mientras esa madre entona un cante que dice así: Ea, mi niña silente dormida bajo la luna, oye esta canción de cuna y sueña siempre de frente. Duérmete tú, mi valiente, mi niña, mi dulcinea, que esta suave melopea que te canto en soledad será siempre mi verdad. Duérmete, mi niña. Ea.

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