LA TRIBU

Nada ha cambiado

Desde el dedo colocando a quien le parece a la mano frenando a otros, «Nada ha cambiado aquí...»

Rafael Montesinos JAVIER PRIETO
Antonio García Barbeito

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Dice Rafael Montesinos en unos heptasílabos que seguramente escribió, en uno de sus viajes a Sevilla, recordando el tiempo que vivió en Reyes Católicos, 16: «Nada ha cambiado aquí. / Hasta el aire es el mismo. / Son las mismas palmeras / bocabajo en el río…» Pero qué pena que todo eso que no ha cambiado nada no sea solamente en el paisaje poético cuando un poeta mira el espacio que marcó su mirada adolescente y joven. Nada ha cambiado aquí, si miramos muchas cosas, si comparamos. Leyendo unas páginas sobre la poderosa Roma, subrayé un texto que es posible que a ustedes les suene de algo, y no de Roma, precisamente. Corto y pego: «Las familias poderosas se enriquecieron con las conquistas, obtuvieron tierras y esclavos que eran forzados a producir al máximo, mientras los amos permanecían en la capital, sin preocuparse de los métodos empleados por los capataces. Los pequeños agricultores no pudieron competir con estas explotaciones, y emigraron a la ciudad donde se convirtieron en proletarios, que en latín significa «criadores de hijos», pues los nobles veían a los ciudadanos más pobres como productores de hijos para las legiones. En el sistema electoral aparentemente democrático que funcionaba en Roma, el pueblo tenía un cierto poder. No el de cuidar de sus propios intereses, pero sí el de dirimir entre los intereses de distintas facciones de la clase dominante. Por ello los políticos buscaban la popularidad distribuyendo alimentos a bajo precio, incluso a veces gratis, o bien organizando juegos para la diversión del pueblo (competiciones, carreras de carros, luchas de gladiadores, combates con animales…)»

«Nada ha cambiado aquí. / Hasta el aire es el mismo.» Hablemos de política. Pensemos, recordemos, comparemos. Quedémonos con las cinco o seis últimas líneas: «…En el sistema electoral aparentemente democrático que funcionaba en Roma, el pueblo tenía un cierto poder. No el de cuidar de sus propios intereses, pero sí el de dirimir entre los intereses de distintas facciones de la clase dominante. Por ello los políticos buscaban la popularidad distribuyendo alimentos a bajo precio, incluso a veces gratis, o bien organizando juegos para la diversión del pueblo (competiciones, carreras de carros, luchas de gladiadores, combates con animales, etc.)» Desde los bocadillos en los mítines a las subvenciones interesadas, desde el dedo colocando a quien le parece a la mano frenando a otros, «Nada ha cambiado aquí. / Hasta el aire es el mismo. / Son las mismas palmeras bocabajo en el río.» Y la poca vergüenza, querido Rafael; y los intereses de un bando, de otro, de todos.

antoniogbarbeito@gmail.com

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