FRANCISCO ROBLES - NO DO

Murillo en su barrio

No es el de Santa Cruz. Ahora resulta que el barrio de Murillo es el que lleva su nombre y está en las Tres Mil Viviendas

FRANCISCO ROBLES

Al final resulta que el barrio de Murillo no es el de Santa Cruz, con sus comedores al aire libre en forma de veladores que ocupan las plazas y rebosan por las callejuelas, que convierten a esa nueva judería en algo distinto al entramado urbano que adornó el Marqués de la Vega Inclán. El barrio de Murillo no es ese parquecito temático que nada tiene que ver con los recoletos jardines que llevan el nombre del pintor y que la ciudad, por extensión y antonomasia, amplía hasta denominar de semejante y pictórica manera al Paseo de Catalina de Ribera. El barrio de Murillo no es ese estridente collage de camisetas para turistas, de flamencas plastificadas, de Giraldas desposeídas de su encanto femenino y singular, de delantales y trajes de gitana made in China. No. Ahora resulta que el barrio de Murillo es el que lleva su nombre y está en las Tres Mil Viviendas.

La historia de Sevilla no es una línea recta que parte del amanecer fenicio y llega hasta nuestros días. La historia de Sevilla es un bucle continuo, a menudo melancólico, que nos lleva continuamente hasta el pasado que pervive en el presente continuo de nuestra concreta e intransferible existencia. Por eso Cáritas financia un proyecto para difundir la obra del pintor que le trabajó al Hospital de la Caridad. Cáritas y Caridad. Y por eso el mismo artista que pintaba retablos para los conventos le sirve a una monja para redimir a los chavales de las Tres Mil con la herramienta limpia de la Cultura con mayúscula. Porque Murillo es Cultura, ojo. Nada de productos kitsch elaborados en serie para el populacho. Todo lo contrario.

Mientras la Sevilla oficial se debate en comisiones y conflictos entre administraciones para celebrar el año de Murillo, un grupo de personas comprometidas con la Cultura y con los más pobres se dedicará este verano a llevar a Murillo hasta la barriada que lleva su nombre. Sí, Murillo en las Tres Mil. Con chavales asistiendo a dramatizaciones, visitando museos y lugares murillescos, trabajando en talleres y conociendo de primera mano y de primera vista la obra del colosal y delicado pintor sevillano. Caritas et veritas. Verdad y belleza. Una forma de reconciliarnos con esta ciudad del postureo donde casi todo responde al Discurso de la mentira que escribió Romero Murube como contraste con el de la Verdad que salió de la pluma de Miguel Mañara.

A veces salimos del error y nos damos cuenta de que hay más Sevilla en los polígonos que en la Avenida, en las barriadas que en las barreduelas, en las Tres Mil que en ese barrio de Santa Cruz tomado por las hordas de los portadores de botellitas de agua mineral y palos de selfie. Hay más Sevilla en esa iniciativa de la sociedad civil, con la Iglesia comprometida con los pobres como banderín de enganche, que el miarmismo de los que ya están pegándose codazos para aparecer con Obama cuando venga dentro de un mes. El pintor de la verdad no era Velázquez. El pintor de la Verdad será Murillo cuando esos chavales salgan del agujero gracias a la belleza del artista más sevillano que ha dado esta ciudad a lo largo del bucle melancólico de su historia.

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