LA TRIBU
El morbo
Necesitamos hablar del calor, como otras veces lo hacemos de la lluvia, del frío, de la sequía
Nos encanta. Morbosillos que somos para estas cosas, como para otras. Nos encanta sentir mucho calor, consultar con el móvil o mirar un termómetro callejero y llamar a un amigo para preguntarle cuántos grados hay donde está él, que lo mire, porque es horroroso, peor que ayer y peor que todos los años, quillo, una bestialidad. Nos encanta. Morbosillos que somos, muy morbosillos, si media el calor. Como si median lluvias, que entonces el morbo nos viene medido en litros de agua, y llamamos a quienes sabemos que tienen pluviómetro, para preguntarles cuántos litros cayeron anoche, que me asomé a la ventana que da al patio y se venía abajo el cielo.
El morbillo, que nos puede. Así como nos ponemos en las fiestas, en todas, fotografiando con la cámara del móvil cuanto ocurre ante nosotros, así nos ponemos con los termómetros: «Quillo, por curiosidad, me fui al termómetro de la Macarena a las cuatro y media de la tarde y marcaba cincuenta y tres grados centígrados…» Y sale otro que dice que en el reloj-termómetro del Puente del Cachorro, a las cinco menos cuarto se leían 54. Y los dos, el de la Macarena y el de Triana, muestran fotos de esos termómetros, y las suben a las redes sociales, o aprovechan para hacerse un selfie con cara de que los lleven a la Unidad de Quemados. Morbo. Si no supiésemos cuántos grados hace, si no tuviésemos con qué medir el calor ni en las calles hubiera públicos medidores, no dejaría de faltarnos el morbo. Hagamos memoria y recordaremos cuando oíamos que en Écija, al mediodía, habían frito un huevo en la calle. O bien otro decía que en su corral vio cómo se levantaba una llama de pronto entre la yerba seca, echó rápidamente un cubo de agua sobre el fuego y comprobó que el origen estaba en un cristal gordo que se había recalentado hasta prender el pasto. Y otro nos contaría que se había dejado las suelas de los zapatos en el alquitrán de la carretera que cruza el pueblo, que se hundía bajo sus pasos como tierra pantanosa. Morbo. Si hace frío, alguien habrá que diga que la pileta del patio, que estaba llena, se hizo un bloque de hielo. Así que cómo vamos a dejar pasar estas calores sin morbo: «No he podido quitar el aire acondicionado en toda la noche…»; «puse una sábana para que le diera sombra a las plantas y se ha tostado…» Cuarenta y tres en la Macarena, cuarenta y cinco en Triana, sesenta en el asfalto… Y todo contado como crónica de la gustosa desgracia. Nadie te llama para decirte que está a veinte grados en su casa. Necesitamos hablar del calor, como otras veces lo hacemos de la lluvia, del frío, de la sequía. El morbillo, el joío morbo.