Memoria
No sé, Federico, dónde estabas a esta hora de este día de agosto del 36
Ya habían estado en la Huerta de San Vicente quienes, escopeta en mano y sed de venganza en la garganta, sólo entendían de palizas, paredones y muertos. Quizá estaba todavía en la casa de los Rosales, asustado como un pajarillo indefenso, o ya había ido a buscarlo, con toda la maldad que tenía, el «obrero amaestrado» Ruiz Alonso. Quizá el tal Ruiz Alonso -¡cuánto daño hiciste al destaparlo, canalla!- lo había llevado ya ante Valdés -antesala del calvario que le esperaba, otro que tal bailaba sobre el fango de la maldad, el riojano que llamó a Queipo para que éste le dijera -vaya, hombre, qué detalle- que le dieran café, «mucho café.» Quizá a esta hora andaban revueltos y aun enfrentados los Rosales, enfrentados a Ruiz Alonso, a Valdés y aun entre los propios Rosales. Lo cierto es que, para nuestro mal, estaban a punto de sonar las cinco en todos los relojes…
En la memoria, es el mismo reloj y es la misma hora; reloj sin manillas pero con la hora espesa clavada allí donde se desangra la vida. Qué bien lo dijo por ti Miguel, Federico: «¡Qué sencilla es la muerte: qué sencilla, / pero qué injustamente arrebatada! / No sabe andar despacio y acuchilla / cuando menos se espera su turbia cuchillada…» La memoria se va contigo, aunque la memoria reconozca que toda muerte, entonces, en un lado y en otro, fue un drama en alguna familia. La memoria se va contigo porque, como te dijo Hernández, «De entre todos los muertos de elegía, / sin olvidar el eco de ninguno, / por haber resonado más en el alma mía, / la mano de mi llanto escoge uno…» Porque tú resonabas mucho entonces, cuando dijiste que en tu Granada se agitaba «la peor burguesía de España.» Y esa agitación, con otros añadidos, fue la que te arrastró a la muerte. Nunca sabremos cuánto nos hubieses dado, si no te asesinan; pero sabemos cuánto nos diste, cuánto nos habías dado ya, a nosotros, al mundo. Treinta y ocho años de vida y la cosecha de tu talento no cabe en cualquier granero, rebosa. Verso, prosa, teatro… Nada escapó a tu magia; como no escaparon ni la música ni el dibujo. Ni los toros, ni el flamenco. Allí donde temblara la emoción, allí donde fueras capaz de oír «los sonidos negros», estaba el altísimo vuelo de tu gracia poética, universal, abierta, miedosa y niña. Duele agosto siempre que llega la memoria de tu asesinato; duele agosto cuando vemos que por la calle corre un niño que trae la blanca sábana, cuando vemos que en algún sitio está «una espuerta de cal ya prevenida…» No sé, Federico, dónde estabas a esta hora de este día de agosto del 36, pero sé que, cerca de ti, «lo demás era muerte y sólo muerte…» Ay…
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