Puntada sin hilo
Pablo Iglesias y la nueva política
Los condenados de los ERE hubieran sido promocionados en la administración andaluza

Si algo define a los populismos, ya sean de izquierda o derecha, es su vocación adanista y su desprecio hacia los esquemas políticos tradicionales. Su caladero sociológico es el descontento —no es casualidad que estos movimientos siempre hayan coincidido con momentos de crisis— y el ... principal argumento que ofrecen es una nueva forma de hacer las cosas, una alternativa a los modelos acostumbrados de gestión que ellos consideran fallidos. Siempre se presentan como lo nuevo frente a lo caduco, lo valiente frente a lo pusilánime, lo puro frente a lo viciado, el futuro frente al pasado. La historia demuestra que los problemas vienen cuando los populismos gobiernan, y el edén prometido se convierte en un desvarío que hace añorar unos viejos tiempos que al final resultan no ser tan malos. En España, el más claro ejemplo populista es Podemos, la formación que prometía asaltar los cielos y reinventar la política para hacerla más cercana a la gente y combatir a los ricos y los poderosos. Estos días hemos visto el resultado de la nueva política de Iglesias: ha asaltado el cielo, pero en solitario, ya que sale del Gobierno habiendo multiplicado su capital por seis, sin contar el incremento patrimonial de su mujer. Abocado a concurrir en los comicios madrileños, Iglesias nos acaba de dar una nueva lección de neoelectoralismo con la inclusión en su lista de Serigne Mbayé, el portavoz del sindicato de los manteros, esos inmigrantes que hacen la competencia a los comercios madrileños vendiendo su mercancía falsificada por la calle.
El gesto de Iglesias es un giro deontológico nada desdeñable. El aforismo tradicional señala que el poder corrompe, de forma que uno acaba cometiendo ilegalidades cuando llega a la gestión pública. En la nueva política de Iglesias la cuestión es al revés: lleva a la gestión pública al que ya comete ilegalidades en la calle. Imagino que las casuísticas personales de los manteros invitan a la solidaridad, pero este apoyo no puede pasar por una actividad ilícita que causa un perjuicio evidente a los comerciantes que cumplen la ley. La nueva política de Iglesias hubiese dado la vuelta como un calcetín a la historia reciente de la Junta de Andalucía. Los enjuiciados del caso ERE, por ejemplo, lejos de ser condenados, tendrían que haber sido promovidos en la administración autonómica. Según el modelo podemita, la ayuda al pobre está por encima del marco jurídico, de forma que los condenados deberían ser más bien condecorados por repartir ayudas a los necesitados —necesitados de ética, más que de dinero— burlando la insensible la fiscalización pública. El cielo que Pablo Iglesias pretendía asaltar está ya muy claro: enriquecimiento personal e impunidad jurídica. Su nueva política es la misma aquella que puso a un narcotraficante como presidente de la Asamblea Nacional de Venezuela.
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