Lo malo de Maluma

El problema no es lo que canta, sino que miles de niños lo reproducen como loros

Alberto García Reyes

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Con apenas seis o siete años, los niños de hoy están cantando, tal vez como loros que no comprenden lo que dicen, las letras infames de Maluma, un machote que sólo tiene un repertorio: la mujer como objeto sexual. Las canciones de «reggaeton» se han colado en nuestra sociedad, que teóricamente vive más alerta que nunca para evitar aberraciones de este tipo, con una naturalidad pasmosa. Y los propios ayuntamientos, como ha ocurrido este fin de semana en Mairena del Aljarafe, están contratando a estos terroristas del arte sólo porque mueven masas. Los mismos políticos que en las redes sociales arremeten contra el machismo carpetovetónico que nos asuela, sobre todo cuando pueden reprochárselo a su rival, pagan un pastizal a Maluma para que les llene el auditorio local al grito de «si conmigo te quedas o con otro tú te vas, no me importa un carajo porque sé que volverás, y si con otro pasas el rato, vamos a ser felices los cuatro». Una joya.

Pero lo malo del presunto cantante colombiano no es que escriba estas burradas, es que hay miles de mujeres a las que les gustan sus salvajadas y, peor aún, miles de niñas que tararean sus canciones con la misma normalidad con la que cantan la de «un elefante se balanceaba en la tela de una araña». Muchos padres, para que nos dejen en paz un rato, permitimos a nuestros hijos que se pongan a ver la tableta con unos auriculares puestos y, con nuestra desidia, estamos construyendo personas vulnerables, cuando no bestias del futuro. Un amigo me contó hace unos días que su hija se pasaba horas viendo «Peppa Pig» con unos cascos, medida que adoptaba porque él y su mujer se lo exigían cuando estaban viendo una película en la tele. Sin embargo, en un movimiento en el sofá el cable se le enredó a la niña en una pierna y saltó. Ella no se dio cuenta porque seguía escuchando. Pero el accidente sirvió a mi amigo para descubrir la barbaridad que estaba haciendo. La chiquilla veía «Peppa Pig», sí, esa inocente serie de dibujos animados, pero en una versión doblada para adultos en la que los personajes se dicen groserías sexuales de todo pelaje. Obviamente, el control a partir de ese percance es exahustivo. Pero sabe Dios cuántos casos como este se estarán produciendo ahora mismo.

Internet también ha globalizado el mal. Y ha permitido que contenidos no aptos para el público infantil estén, de forma muy sencilla, al alcance de los niños, lo que supone una amenaza que carece de regulación seria y que, por el momento, sólo podemos evitar los responsables directos de esos chavales. Maluma y otros «cantantes» horrísonos se han colado por esa rendija en nuestra rutina y eso nos obliga a incrementar la vigilancia. Pero lo mínimo que tenemos que exigir a nuestros políticos es que no les den cuartelillo. Y un guaperas sobre un escenario público cantando a una marabunta de adolescentes «disfruta y sólo siente el impacto, el boom boom que te quema ese cuerpo de sirena, tranquila que no creo en contratos» es una monstruosidad. Yo asumo la responsabilidad de inspeccionar lo que ven mis hijos, pero no la de permitir el concierto de un cafre. Salvo cuando vote.

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