PUNTADAS SIN HILO
Malajismo 5.0
Tengo más información de las vidas de vecinas con las que apenas he cambiado dos frases que de la de mi madre
LO advierto desde ya. Al tercer día del año. Para que se enteren todos mis conocidos: en este 2018 me niego a participar en los nuevos usos sociales que impone la tecnología. La eclosión de los smartphones y las redes sociales ha alterado las relaciones públicas y ha impuesto en los últimos años una dictadura de la correción que resulta hastiante. El avance de las telecomunicaciones ha permitido no sólo la globalización de la economía, sino también de los círculos personales, facilitando un crecimiento exponencial de la lista de conocidos que interactúan con nosotros. Hasta la llegada de los teléfonos inteligentes y las redes sociales, cada uno se relacionaba con quién quería y cuando quería, pero hoy ya no es así. Salvo para algún eremita recóndito, todos nosotros estamos expuestos permanentemente a flujos comunicativos con personas con las que jamás tendríamos contacto de no existir WhatsApp o Facebook. Nos cuentan vanalidades personales que tenemos que aplaudir so pena de reprobación pública: mirad que tarta de queso he hecho, conoced donde he pasado el fin de semana, oid esta canción que me gusta, sabed como vivo. Gente que apenas conocemos nos cuentan permanentemente cosas que no nos interesan. Tengo más información de la vida de alguna vecina con la que apenas he cambiado dos frases que de la de mi madre. Las reglas de estos nuevos usos sociales exigen someterse a este bombardeo y que toda esta información irrelevante sea correspondida con una oleada de adhesiones con frases entusiastas e iconos complacientes más propia del ganado bovino que de una comunidad juiciosa.
El maestro Burgos se declaraba el otro día objetor de las felicitaciones navideñas por wasap, y yo secundo modestamente este malajismo 5.0. Es hora de sacudirse la dictadura orwelliana de móviles y redes sociales. Por eso advierto ahora que apenas despunta el año que en 2018 no voy a felicitar más cumpleaños que aquellos cuya fecha recuerdo de memoria. No voy a poner una carita con corazones en los ojos cuando alguien suba la foto de su hijo haciendo monerías, ni a poner el monigote con los ojos llorosos de risa cuando alguien comparta un chiste sin gracia que ya he recibido cuatro veces. No voy a repetir «¡que bueno!» sólo porque los otros catorce miembros del chat del wasap hayan puesto «¡qué bueno!». No voy a preguntar cómo le ha ido a quién cuelgue fotos esquiando en Sierra Nevada o haciendo surf en Tarifa. No voy a dar la razón a frases de metafísicas barata escritas en marcos virtuales ni voy a consolar a quien exponga sus problemas en el muro como quien da una rueda de prensa. No voy a participar en cadenas para lograr la felicidad, ni a difundir fotos de niños con leucemia. Voy a irme de grupos de wasap sin sentirme traidor y voy a dejar de seguir a gente sin que me importe que lo se lo chive Twitter. El malajismo 5.0 no significa ser antisocial: quien quiera que me busque, pero cara a cara y mejor con una cerveza.