Manuel Contreras - PUNTADAS SIN HILO
Mafias
Incidentes como el de los coches ardiendo o las agresiones en el circo son ataques a la libertad de cada uno de nosotros
Uno tiende a imaginarse a los mafiosos según el estereotipo que ha creado el cine, tipos con rostros patibularios que visten trajes elegantes y complementos ostentosos. Este cliché aleja la figura de este tipo de delincuente de nuestro entorno por la sencilla razón de que no vemos gente así por la calle, y nos parece que no es un problema de aquí, sino de otros lugares como Sicilia o Chicago, donde probablemente si te puedas cruzar con un paisano que parece sacado de una película de Scorsese. Pero la mafia está aquí, a nuestro lado, pidiendo un cortado al otro lado de la barra donde desayunamos o sacando al perrito por el barrio. En apenas 24 horas, la Feria de Sevilla ha dejado dos claros ejemplos de acciones mafiosas: la quema de nueve vehículos de Cabify venidos de Madrid para reforzar la flota de esta empresa durante esta semana y el boicoteo por parte de animalistas al espectáculo del circo Alaska, agresión a empleados incluida.
Mafia significa intolerancia y desprecio: intolerancia porque no admiten negociación alguna, y se limitan a intentar imponer su monopolio mediante la violencia y el chantaje; desprecio porque ignoran la ley y los derechos de los ciudadanos. En este sentido, los comportamientos del sector más radical del colectivo del taxi —que la Policía vincula con la quema de los VTC— y de los animalistas son estrictamente mafiosos. Su única argumentación es el miedo y la violencia; no defienden sus posiciones, sino que tratan de imponerlas. Ambos buscan la eliminación física de lo que le molesta, los taxistas, de los Vehículos de Transporte Concertado; los animalistas, del circo. En democracia existen cauces para paralizar aquello que se considera injusto o lesivo: los taxistas podrían denunciar en los tribunales a empresas como Cabify o Uber si consideran que se trata de competencia desleal; los animalistas podrían querellarse contra las empresas circenses si consideran que los animales no son atendidos correctamente. Pero los mafiosos desdeñan los vericuetos legales y prefieren solventar sus problemas a la manera calabresa.
La proliferación de estas actuaciones mafiosas es consecuencia lógica en un país en el que está de moda cuestionar el sistema. Si unos señores ponen en duda en el mismísimo Congreso de los Diputados o en el Parlament de Cataluña el acatamiento de las leyes, se legitima que cualquier ciudadano intente solventar por su cuenta aquel conflicto en el que se considere perjudicado. Está largamente demostrado que los mafiosos aparecen cuando flaquean las instituciones, es decir, cuando flaquea la libertad. Porque incidentes como el de los coches ardiendo o los gritos en el circo no son sólo un altercado de orden público, sino un atentado al derecho de cada uno de nosotros de utilizar un servicio público o ver un espectáculo. Una agresión directa al derecho más preciado y fundamental que poseemos, que es la facultad de elegir en libertad.