Los Machado
Regresan los papeles de los poetas con una invitación a superar la anomalía de atrincherarlos en dos bandos
Emociona pensar en este regreso de la memoria machadiana a Sevilla. En esos papeles salvados del tiempo, las guerras y el olvido reside un ejemplo de la España más honrada, culta y decente. Esa España que necesitamos como referencia antes de sucumbir bajo las palabras ... de rencor y la ira de las banderas. Vuelven los papeles de Antonio y Manuel Machado para devolvernos una lección de concordia frente a los tiempos sucios.
Regresan los versos escritos en tiempos agitados y en tardes ceniza, los apuntes de clase anotados junto a la lumbre de un otoño en Baeza, las cartas en las que palpita el cariño, las que anuncian tragedias. La Fundación Unicaja presentará este jueves, coincidiendo con el día en que murió Antonio Machado en el exilio en Colliure, el centro dedicado a la memoria machadiana. Allí podremos admirar el temblor de la caligrafía, el titubeo en la creación, las palabras tachadas, el río sereno de la poesía. Nos colaremos en el taller y en los laberintos de la memoria de Antonio y Manuel para descubrir el alma secreta de sus versos.
El legado plantea apasionantes nuevos caminos a los investigadores. Y para los lectores será la invitación a sumergirse en los papeles quizás llenos de ceniza de Antonio y en la grafía certera y airosa de Manuel. La primera poesía que leí en mi vida era de Antonio Machado, aunque entonces yo no sabía quién era Antonio Machado: «Pegasos, lindos pegasos,/ caballitos de madera». Era en una vieja edición de Austral de mis padre que aún conservo. La memoricé porque me emocionaba esa estampa que yo había vivido en alguna tarde polvorienta: «Yo conocí, siendo niño,/ la alegría de dar vueltas/ sobre un corcel colorado,/ en una noche de fiesta».
Luego llegaron la monotonía de lluvia tras los cristales en las tardes grises del colegio y esa Sevilla vieja donde se dormía el tiempo, y los limoneros, y los apócrifos, y los delfines en el Guadalquivir y el hoy es siempre todavía. Un buen profesor en el instituto me descubrió luego la poesía luminosa de Manuel Machado. En esa época de comienzos de la democracia la obra de Manuel había sido despreciada como en tiempos de Franco lo había sido la de Antonio. Mi lectura fue al revés de la que hicieron los que vivieron antes porque ellos pudieron leer a Manuel y sólo después al olvidado Antonio.
Ahora debería ser la época en la que se leyera sin prejuicios ni banderías. ¿Será así? Creo que con ese espíritu llegan estos papeles: libres de sombras y anomalías. Páginas limpias llenas de concordia y una hermosa historia fraternal ajena a tanta apropiación indebida. Los Machado regresan juntos a Sevilla.
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