Lecturas quijotescas
Cualquiera que se acerque al Quijote comprobará que resuelve los entuertos a mamporro limpio
Hace unos años, la consejera de Educación de la Junta de Andalucía nos dejó perplejos y atónitos con unas declaraciones sobre el Quijote. Sostenía doña Cándida Martínez que ese libro trataba sobre la resolución pacífica de conflictos. Al escucharlo, los palos del sombrajo se cayeron de repente. No quedó ni uno en pie. ¿Cómo podía afirmar eso en una entrevista televisada la responsable de la educación en Andalucía? Cualquiera que se acerque a la novela de Cervantes comprobará que el Caballero de la Triste Figura resuelve los entuertos a mamporro limpio. Para eso va armado con la adarga antigua y el yelmo con forma de bacín, o viceversa. Don Quijote no es un profesor logsiano que propugna la autoridad compartida en el aula, como hacía la conspicua Pilar Ballarín en los tiempos de la candidez educativa que nos dejaron para el arrastre del fracaso escolar. Don Quijote es un caballero andante que emplea la fuerza para salirse con la suya. Y punto.
Ahora ha sido doña Carmen Calvo quien se ha salido por los campos de Montiel a propósito del despropósito del año: pedir que la consigna política de la igualdad entre en la obra inmortal del Manco de Lepanto. ¿O tampoco se puede decir manco ni hablar de una batalla que le ganamos al turco? La vicepresidenta de Sánchez, el que sitúa el nacimiento de Antonio Machado en Soria, quiere enmendarle la plana al mejor escritor que han visto los siglos. Don Quijote ha de ser igual que Sancho, cuando todo el mundo sabe que no es posible el uno sin el otro. Bueno, eso lo sabe quien se haya leído el libro con los ojos limpios, sin las gafas ideológicas del sol que más calienta.
Para colmo, doña Carmen Calvo habla de Dulcinea y de Aldonza -sin apellido- como si fueran dos personajes distintos. Cuestión peliaguda. Porque aquí entramos de lleno en uno de los grandes logros de la novela cervantina: el perspectivismo. Ahí Cervantes demuestra que es un genio. Se adelanta a la modernidad unos cuantos siglos. La realidad no es como es. El mundo es como lo ven y lo interpretan sus personajes. Los molinos de Sancho son gigantes para su señor. La bellísima Dulcinea que enamora al caballero es una campesina que huele a ajos en la pituitaria de Sancho. Una misma persona puede ser dos personajes. O más. Cualquiera de nosotros lo es. Basta con cambiar de sitio -trabajo, familia, círculos, amigos- para comprobarlo.
Como sigamos así, la literatura cambiará radicalmente en unos cuantos meses. Quevedo dejará de leerse por machista. Como Bécquer, el poeta que encarna esa visión romántica del varón que anula la voluntad de la mujer. A Garcilaso le borrarán, también por machista, el mejor endecasílabo que escribió: mi alma os ha cortado a su medida. Y Don Quijote compartirá protagonismo con los galeotes y los cabreros. Al final habrá que explicarle al alumnado que estamos ante una obra machista, belicista y anclada en la desigualdad. Así dejarán de leerla nuestros jóvenes sin el más mínimo cargo de conciencia. Y sin que eso suponga ningún fracaso escolar, que es de lo que se trata.