Antonio García Barbeito - LA TRIBU

Lección

Dicen que Huitzilopochtli, el dios Sol, por verlo de cerca, ha sacado abono de Sombra...

ANTONIO GARCÍA BARBEITO

Aveces, el arte es una hipnosis. Recuerdo algunos toques de guitarra en los que entré como en una alucinación, y las cuerdas me aprisionaron en su perfecta tela de araña, y me entregué gustoso al sacrificio que pedía aquel toque, aquella locura de dedos y de uñas —zarpazo al fin— de un arte que me arrastraba. Fue quizá una falseta de granaínas, un toque de campanas de duelo de una seguiriya, donde el dedo gordo sólo ordena llanto en el campanario de metal; no lo sé; sólo sé que cuando lo recuerdo vuelvo a meterme en el vértigo admirable de una bendita locura.

He llorado ante un yayay que apuñalaba el aire de un cuarto o de la noche abierta; se me han abierto todas las venas de la emoción cuando alguien en el momento preciso me destrozaba con una soleá, con un fandango natural, con una queja que todavía no era cante. He vivido en el flamenco, y vivo todavía cuando me encierro a solas con una guitarra, una voz desnuda y rota, sacrificada, sangrante, y unos puños de rabia que no se abren para seguir aferrados al duende, ratos de no saber qué hora es, ni qué día, ni qué año; ni quién soy yo ni quién es nadie. El flamenco es una cueva sin luz por la que lo mejor es andar orientado por los sentidos del oído y del tacto, y después, cuando el cante y el toque enciendan sus antorchas, abrazarse a las llamas para morir gustosamente en la luz total por la que merece la pena inmolarse. Así, a veces, me pasó con el toreo. Pudo ser un gesto torero, un girar apenas el cuello y mirar de soslayo; unos andares, un ponerse el capote entre las manos, apenas terminado el paseíllo, y probarse con el aire de la tarde. Pudo ser un vente aquí, toro, complétame el percal; o líate en este rosa, de tal forma que cuando salgas de la verónica lleves puesto un traje de tu talla. O una media que le hace una lazada al aire y al toro y queda al final una madeja de toro, aire y capote, tolvanera de gracia. O pudo ser un derechazo como un cante dicho; o un natural como quien indica el camino. O esa soledad del torero con el toro y un trapo que media —y el arte, y el duende— y la tarde se hace gusano que labra un capullo de seda de oro donde todo se encierra. Algo así fue lo que hizo Morante el otro día en México. No hay ciclón caribeño que envuelva como su arte; no hay santones ni hechiceros tribales que hipnoticen; no hay sustancia en la selva que cause tal alucinación. La lección que dio Morante apaga antitaurinos y enciende ruedos. Dicen que los hechiceros aztecas le han pedido la muleta para espantar los malos espíritus. Y Huitzilopochtli, el dios Sol, por verlo de cerca, ha sacado abono de Sombra…

antoniogbarbeito@gmail.com

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