CARDO MÁXIMO

Justificación

Los andaluces se merecen lo que nos ocurra en las urnas, incluso la inestabilidad de la que Susana nos quiere salva

Javier Rubio

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Susana Díaz convocó ayer elecciones. Lo hizo porque quiso y porque puede. Suya, como presidenta, era la potestad para marcar en el calendario la fecha en que todos los andaluces serán convocados a las urnas. La ha ejercido y punto. Así que todas las justificaciones de la presidenta en la comparecencia de ayer por la tarde se las podría haber ahorrado. Porque sonaron falsas, artificiosas, rebuscadas como poco. La inestabilidad política es una excusa demasiado endeble como para que la tengamos en cuenta. Susana Díaz ha utilizado la fecha de las elecciones contra Pedro Sánchez, que es lo único que le preocupa en realidad desde que el ahora presidente del Gobierno le arrebató la secretaría general del PSOE que ella acariciaba. «Mi tierra no se merece la inestabilidad que hay en el resto de España», dijo sin cortarse un pelo. Cada vez que un gobernante apela a su territorio -tomado así en abstracto-, lo que sigue es una afirmación de chovinismo barato. La presidenta Díaz cumplió a la perfección el guión. Hay tantas cosas en el panorama político que no se merecen los andaluces, que la inestabilidad suena a broma de mal gusto. Todo obedece a un cálculo electoral del PSOE andaluz, enfeudado en esta tierra como si fuera suya por la inercia de haber vencido en todas las elecciones autonómicas menos una y haber gobernado desde siempre.

Los andaluces se merecen -nos merecemos- lo que ocurra en las urnas, incluida la inestabilidad de la que la presidenta, como una madre, nos quiere salvar. El PSOE andaluz se ha convertido en el partido nacionalista de referencia en el Sur y, como tal, se maneja. Ha conseguido desarrollar un régimen perfecto en el que cualquier atisbo de disidencia se considera que atenta directamente con el Estado de bienestar -en realidad, intervencionismo por la vía del reparto- de los andaluces. Los votantes saben lo que se juegan en las urnas. Y los partidos concurrentes, también: ninguno se atreve a ir un milímetro más allá de lo que aconseja el más elemental sentido de la prudencia para no aparecer como el debelador del sistema y ser proscrito en consecuencia.

Ahora sonarán los eslóganes vacíos y las promesas de cambio, regeneración y otros sintagmas de parecido corte en boca de todos. Ninguno se va a atrever a ir tan lejos como ayer denunciaba en la prensa madrileña el psiquiatra Antohony Daniels bajo el pseudónimo de Theodore Dalrymple: «Por qué el Estado de bienestar destruye a las personas». Les va robando la iniciativa, el optimismo, la confianza en sus propias fuerzas y hasta la convicción de que sólo el alma -en su exilio interior- está a salvo. Podríamos empezar por refutar las justificaciones con que nos adormecen. Convoque usted si le da la gana, doña Susana, pero no intente convencernos. Por favor.

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