PÁSALO
Jorobas de oro
Nos faltan políticos, empresarios y talento. Pero sobre todo nos falta sociedad
Aseguran algunos historiadores que Domiciano, culto, autócrata y paranoide, tuvo un sueño en el que se veía con una joroba de oro y los intérpretes de la corte le dijeron que era señal del esplendor que alcanzaría Roma al finalizar con él la dinastía de los Flavios. Repito: eso dicen algunos historiadores. Y la verdad es que, tras su largo cesarato, Roma, gracias a los emperadores béticos de Itálica y no de La Palmera, llevaron a su máximo esplendor las fronteras, el bienestar y la economía del imperio. Más de dos mil años después, nuestra comunidad, no tiene nadie que sueñe con jorobas de oro. Es verdad que hay familias que han acumulado jorobas como camellos del oro repartido durante estos tiempos. Y que son familias que defienden contra viento y marea que aquí hemos salido del subdesarrollo y que atamos los perros con longanizas. Pero los datos son tan tozudos como algunas de estas familias defendido el progreso de nuestra comunidad. Ellos son los únicos que han soñado con jorobas de oro. Para el resto hay plomo y casquería. Como lo indica un dato tan objetivo como el PIB andaluz. Ese índice marca nuestro actual destino. Ese PIB está por debajo del 75% de la media europea. La avería es gorda. Y hemos pasado a ingresar el pelotón de los torpes.
Entre esos torpes están los listillos que sí acumularon jorobas de oro gracias a su cercanía al poder y que son los que niegan evidencias tan reales como la que tenemos en lo alto. Llevamos treinta años en la Unión y cuando ingresamos partimos de ser una de las regiones más desfavorecidas de Europa. Cierto. Quizás similares a comarcas griegas y portuguesas. O actualmente rayando en el mismo desnivel que algunas búlgaras y rumanas. Éramos un desastre casi africano. Pero treinta años después y con las mangueras europeas regando nuestro suelo con más de cien mil millones de euros, no hemos sido capaces de superar las viejas estructuras, arrancar definitivamente el motor del desarrollo y no griparnos en mitad del camino para ingresar en el pelotón de los torpes. Hemos retrocedido en empleo, sanidad y educación. Cangrejeamos en vez de avanzar. Nos hemos acostumbrado a colocarnos delante del palio del poder para lanzarles flores y vítores y caminar de espaldas a la realidad. No aspiramos a ser ciudadanos emprendedores y osados, empresarios ajenos a la concertación del lío del montepío. Queremos ser clientes. Formar parte de la clientela que te facilita la sopa boba, la carne con tomate y el solomillo sin estrés. No avanzamos por derecho. Como deberíamos haber avanzado con esas mangueras millonarias que nos ha enchufado la UE.
Cien mil millones son muchos millones como para que no sepamos qué hemos hecho con ellos. Es verdad que, últimamente, en España nadie sabe dónde está el dinero que desaparece. Y ha desaparecido muchísimo dinero que son los casos que hoy ve la Justicia, desde el norte al sur. Pero este dinero tenía un claro objetivo: salir de la cueva y acceder a casas con grifos y electricidad. Salir del subdesarrollo. Salir de los círculos viciosos donde agonizamos sin abandonar el coma ibérico de la sierra norte… Con este dinero que nos enchufaron los fondos Feder, los Social Europeo, los Feader y el de Cohesión hay para ponerse a nivel de la Europa que añoramos. ¿Qué fue de tanto dinero si nuestro PIB está por debajo del 75% de la media europea? Es cierto que la política es la que tenemos, que los emprendedores son los que son, que nuestro talento emigra, que nuestra inercia es ombliguista y, sobre todo, que nuestra sociedad no comparece. Nos fata todo eso. Más políticos que cargos; más empresarios que chupópteros, más trabajadores que paro. Pero sobre todas las cosas, entiendo, nos falta sociedad. Hasta entonces nadie podrá soñar con jorobas de oro. Salvo los listillos que nos jorobaron la vida.