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Molinetes y trincherazos

Aquellas dos puñalás de Paula

Y es que, lo de Rafael, más que distinto, es otra cosa

Rafael de Paula ABC

Jesús Soto de Paula

Treinta y cuatro años ya de aquellas dos faenas en Madrid y en Sevilla en las que Rafael de Paula cuajara un sobrero de Martínez Benavides llamado ‘Corchero’ y a ‘Lebrero’, de Bohórquez. Yo siento en el candil del fuego de mis huesos aquellas dos ... faenas como dos heridas que a hierro quemado se abrieron y que aún hoy siguen supurando en ese indeleble «porque sí». Y es que, lo de Rafael, más que distinto, es otra cosa. La suya sola, cuando en sus vueltas azules invitaba a que el demonio se le viniera al celeste de su cielo, y en esos pecados diligentes y aterradores, crear un gozoso trance cual quimera enduendada. Entonces, ya nada importa cuando el ruedo parece temblar y desquebrajarse en ese llanto dionisíaco. Lágrimas de sudor y sangre, sí, pues es su toreo fatigas, esas que guarda en los meandros de su sufrir interno, para darles obra y creación en cada lance y muletazo, y hacer de su cuerpo ese desfallecimiento doliente de sinfonía última, por donde fluye la más pura expresión de eso a lo que llamamos arte. En su día escribí que nadie desde el dolor ha creado tanta belleza. Diría que este gitano, aunque ni él mismo lo sabe, ha hecho del dolor una nueva expresión en el toreo, pues como Dante y Virgilio en su caminar por los infiernos, nos ha desvelado una forma única e irrepetible de andar y gallear, como aquellas chicuelinas andadas para llevar el toro al caballo. No procuró jamás este gitano ser o no ser, simplemente… era, aun con las condenas o purgatorios que existe en todo genio, con esos halos duendísticos de incomprensión, y esos vericuetos de los que a veces el ser genial es presa o preso de sí mismo. Rafael es ese asidero por donde penetra la luz oscura del abismo desconocido, ese abismo al que es imposible llegar si no se es Rafael de Paula. Tal es así, que ni él mismo sabría llegar dos veces, pues en su toreo transcurre esa poesía que libre se olvida de todo poeta, esa rebeldía del pájaro que se lanza a los abismos borrascosos en lo que parece un último aliento de alas desquebrajadas. Fueron aquellas dos tardes dos gritos que callados siguen resonando en el temblor del alma.

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