Molinetes y trincherazos
Aguado, consonancia del ritmo
Su muleta parece un reloj

Viene a ser uno de los prodigios del toreo eso de tener ritmo, que es una inconsecuencia de uno mismo. Inconsecuencia, sí, pues con eso se nace o no se nace, forma parte de esas lindes espirituales de las que no somos consecuentes. Pablo Aguado ... posee ese ritmo de lo inconsecuente, le sale de la misma forma natural como el que suda, llora o sangra, algo que nace de él… porque sólo puede ser de él. Torear con ritmo, sí, que no es sólo ligar pases bien hilvanados, pues de esos vemos muchos… que no dicen nada, y entre muchas cuestiones porque carecen del sentido del ritmo. Darle sentido al ritmo es darle medida, medida de ser, ¡que no es mucho ni poco!, sino lo justo para trascender a los estados del reloj del tiempo, o lo que es lo mismo, poner el reloj a tu compás y son.
De la medida del arte, como de la vida, he hablado mucho con mi tío Curro, de ese decir el toreo o decir el cante hasta que tu corazón te dicte. Pablo Aguado tiene ese indescifrable sentido de la medida, de ese decir o no decir, de ese escucharse por dentro para dejar de escuchar por fuera. Y todo ello lo consigue con consonancia, pues en el toreo existen toreros consonantes y toreros asonantes, aquellos que aun ligando y pegándose el arrimón… desafinan.
Pablo Aguado está en ese camino del ritmo, su muleta parece un reloj que inquietante deja de funcionar, como si las agujas del segundero se olvidasen de seguir contando. Hay en su toreo esa cierta desgana, caída en ángel, ese aire de desaire, y es lo que lo dota de esa aparente facilidad que hipnotiza cuando en ese molinete nos susurra el desprecio hecho gracia torera. El molinete de Aguado, que no es barroco, pero sí gótico, es de los más personales que haya uno visto, con esa cierta ausencia.
Y es que en el toreo (como en todas las artes) sólo lo que posee ausencia adquiere real presencia. Sólo aquello donde uno se abandona toma áurea de retorno, de vuelta a uno mismo, como la voz y el eco. Esa ausencia, que con ritmo esperaremos en el garbo de un natural imaginario. Pues el toreo es el juego de la imaginación, de imaginar… cómo sería aquello.
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