In memoriam

El último libro sin devolver de mi amigo Luis Rull

Ponía en contacto a la gente que tenía a su alrededor porque sabía encontrar en cada uno de nosotros lo más valioso

Javier Rubio

Esta funcionalidad es sólo para registrados

Una de las mejores cosas que me han sucedido en la vida fue intimar con Luis Rull , al que la muerte nos lo ha arrebatado demasiado pronto . Sí, intimar, hacernos recíprocamente el regalo de una amistad sostenida a lo largo de tres décadas después de conocernos a través de Ignacio Camacho, Javier Caraballo y toda aquella panda de locos que hacíamos en Andalucía 'El Mundo' y, antes de eso, 'Diario 16'. Siempre estuve agradecido -y hasta sorprendido- de que me distinguiera con su afecto quien atesoraba tanto conocimiento teórico y tanta inquietud por saber de todo lo que cayera delante del particular periscopio con el que guiaba su infinita curiosidad.

Luis era entrañable , se hacía querer. Presumiblemente, porque le daba más valor al silencio que a sus propias opiniones . Conversar -como hicimos durante horas y horas decenas de veces- siempre era un placer: te hacía sentir que cuanto sabía todo un catedrático de Física Teórica era insignificante al lado de la última fruslería que tú le contabas. A sus 73 años seguía joven porque miraba el mundo con los ojos del asombro. Inagotable asombro.

Era cariñoso a más no poder, a su lado era difícil sentirse mal. Amigo sin adjetivos , de los que no preguntan ni juzgan ni critican, simplemente se ponen al lado y ríen si hay que reír o lloran si hay que llorar. A mí me lo demostró de sobra en el último año. Lo recuerdo en la foto de grupo tras conocerse el fallo en el juicio de Chaves contra Javier y el director como si la absolución hubiera sido cosa suya. Y realmente lo había sido. ¡Se tomaba tan a pecho las cosas de sus amigos! Por eso creo que tenía tantos.

Luis hacía de puente. De conmutador , por usar una palabra prestada del inglés como para acercarse al Imperial College donde sentía el respeto cálido de sus colegas. Yo mismo he trenzado amistades insospechadas sólo porque Luis nos había presentado. Por cariño -no, mejor aún- por verdadera devoción hacia sus amigos.

Ponía en contacto a la gente que tenía a su alrededor porque sabía encontrar en cada uno de nosotros lo más valioso , justo lo que le faltaba al otro. Y esa cualidad sólo queda acendrada con la escucha. Le gustaban las sobremesas largas, las conversaciones profundas, los ratos de amistad en torno a la palabra porque escuchaba. Porque aprendía escuchando . Esa fue toda su vida la virtud que lo adornó.

Tenía sus ideas propias, claro que sí, pero con ese punto de humildad en los muy sabios como para confrontarlas en un debate siempre enriquecedor. Dispuesto a cambiarlas si alguien le convencía de que estaba en lo cierto, de que tenía de su parte la verdad.

En el fondo, aun sin que él lo supiera identificar, se pasó toda la vida en pos de la Verdad . Con mayúscula. Los últimos años, nuestras conversaciones largas y tendidas giraron en muchas ocasiones en torno al misterio de la trascendencia, al que estaba dispuesto por biografía pero le costaba encajar en su razón científica. Creo que, al final de su vida, fue entornando tímidamente esa puerta quizá porque le asaltaba una duda que no podía encapsular en ninguna notación matemática.

Ah, los misterios del cerebro , del paradigma de pensamiento en que nos encierra y que quería desentrañar a toda costa. Me daba a leer libros sobre el teorema de incompletitud de Gödel o el principio de incertidumbre de Heisenberg -recuerdo con especial cariño 'La música de los números primos' de Marcus du Sautoy - y yo le devolvía en los últimos tiempos cuestiones metafísicas o teológicas en un intercambio de libros con el que íbamos anudando nuestra amistad de cena en cena, siempre con María, a la que adoraba desde antes de casarse al día siguiente de licenciarse de la mili.

Luis me permitió entrar en su familia y ahora me invade un sentimiento de orfandad que no debe de estar muy lejos del que experimentan Luis y Patricia . Huérfano de un padre intelectual, de un hermano mayor de la ciencia que a mí me faltaba, de un abuelo encaprichado con la ingenuidad traviesa de sus nietos. ¿Quién me descubrirá ahora lecturas y autores insospechados que terminaban enganchándome?

Soy incapaz de recordar el último libro que le dejé antes de Navidad, ese intercambio ahora interrumpido. En su lugar, la muerte me ha devuelto el volumen de su ausencia en el último capítulo , ese rematado a las bravas el 14 del 2 del 22. ¡Luis, qué fecha tan horrorosa has ido a morirte : ni uno es primo! Bueno, sí, febrero salva la honra, que siempre se me olvida.

Comentarios
0
Comparte esta noticia por correo electrónico

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Reporta un error en esta noticia

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Muchas gracias por tu participación