Cardo máximo
Refugiados de aquí
Quizá porque los tenemos demasiado a mano que ya forman parte del paisaje y les dedicamos una mirada que ojalá fuera de conmiseración. Ni siquiera eso: los miramos con asco

Sí, también son refugiados. Se refugian estos días de la lluvia, de la intemperie física y social en que los ha dejado la vida. Sí, unas veces porque ellos mismos eligieron la opción equivocada y otras porque los zarandearon, contra su voluntad, las circunstancias que ... el destino les puso por delante. Pero el resultado es el mismo: se refugian de la soledad y el vacío bajo las arcadas del mercado del Arenal, donde pasan la noche para no dormir al raso. Son refugiados de su propia exclusión, pero no hay ola de solidaridad que se vuelque con ellos. Quizá porque los tenemos demasiado a mano que ya forman parte del paisaje y les dedicamos una mirada que ojalá fuera de conmiseración. Ni siquiera eso: los miramos con asco. Porque vocean y tienen mal aspecto; porque zarandean y acosan a los transeúntes; porque orinan y defecan donde no deben; porque molestan a los conductores pordioseando una moneda y aguijonean nuestras relajadas conciencias que se creen a salvo de naufragios personales como los que los han llevado a la indigencia.
Salvo algunas iniciativas caritativas dignas de todo aplauso, pocos se ocupan de esos pobres diablos que no tienen donde caerse muertos. Por decirlo a la manera franca en que suele hablar el pueblo, sin medias tintas ni paños calientes. Estorban, molestan, afean, incomodan, perturban el orden público, dan mala imagen… pero sus modales amenazantes o sus ademanes de borrachos no les apean en lo más mínimo de su inobjetable dignidad personal. Conviene tenerlo presente cuando se busca una solución a los problemas de convivencia –nadie en su sano juicio los puede negar porque resultan evidentes– de una manera expeditiva sin tenerlos en cuenta, como si fueran escoria por barrer. Cuidado con los mensajes de filos cortantes: es inadmisible tener que soportar peleas, gritos o amenazas a diario, por supuesto; como lo es también que un puñado de personas no tenga donde pasar la noche en una ciudad con los recursos sociales que se le suponen inherentes a una capital.
El nivel de absentismo de nuestras autoridades respecto de los problemas ciudadanos llega al extremo de que en el Polígono Sur haya 700 vecinos que viven sin luz. La empresa suministradora de electricidad se niega a reponer los transformadores que salen ardiendo con los enganches ilegales para el cultivo bajo techo de marihuana. El comisario Bretón se está fajando para que se reponga el servicio a aquellos clientes que hacen un uso doméstico apropiado de la energía. Es lo que pasa cuando no se abordan las cuestiones en su origen y se dejan pudrir las situaciones.
Son asuntos peliagudos, con demasiadas derivadas y problemas aparejados como para dar una respuesta en exceso simplista. Ni los vecinos ni los lectores se merecen eso. Ni por supuesto, los refugiados de aquí.
Noticias relacionadas
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete