Cardo máximo
A nuestra suerte
Hemos creído en los políticos que, hábiles en el encantamiento, nos prometieron unas seguridades que no están en su mano

Lo leí de pasada como se leen las cosas en las redes sociales, al bies. «Nos han abandonado a nuestra suerte», clamaba alguien no desde lo hondo del abismo sino desde la superficialidad de este tiempo agreste que nos ha tocado vivir. En efecto, la ... frase resumía la constatación del callejón sin salida al que nos han conducido el nihilismo y el paternalismo estatista en voluntaria coyunda. Supongo que el abandono se referirá a que los centros de salud están colapsados, no hay manera de pedir cita con el médico, cuesta la propia vida encontrar un test de antígeno o cualquiera de las fruslerías en las que nos sentimos desamparados cuando se tiene techo donde cobijarse, comida caliente con la que alimentarse y suscripción a un canal televisivo para matar el tiempo. Ah, nuestros problemas de pobres críos ricos. Nada me gustaría más que el autor participara de mi creencia de que, en absoluto, vivimos abandonados a nuestra suerte, sino que hay una amorosa existencia providente que se ocupa de cada uno de nosotros porque nada de lo humano le es ajeno. No sé si me explico, pero tampoco es cuestión de entrar en asuntos de metafísica en la última columna del año 2021, así que convengamos en que sí, en que nos han abandonado a nuestra suerte… pero no ahora con el Covid a cuestas sino desde el mismo instante en que rompimos a llorar en el paritorio.
Desde entonces estamos a merced de los padecimientos varios, angustias sin número, toda suerte de enfermedades y, finalmente, la visita implacable de la desnarigada sin posibilidad de que dé media vuelta y se vaya de vacío. La culpa es objetivamente nuestra, no hay duda. Porque nos hemos dejado limitar tanto el horizonte de la esperanza, nos hemos acostumbrado a vivir con el techo bajo del optimismo, que cualquier contrariedad del tipo 'tengo que hacer cola de tres horas para obtener el diagnóstico de una enfermedad que estoy pasando de pie' la interpretamos como una catástrofe. Qué podrían enseñarnos las miles de criaturas que se arriesgan a cruzar las fronteras convencionales para darle un mejor futuro a sus hijos y se juegan literalmente el pellejo en una patera zozobrante. O qué podrían enseñarnos quienes nos precedieron esquivando primero bombas y metralla en el frente y luego hambres y necesidades en la retaguardia. Pero es que además de todo eso, hemos creído en los políticos que, hábiles en el encantamiento, nos prometieron unas seguridades que no están en su mano. Y ahora, cuando de repente el castillo de naipes se derrumba y nos vemos solos y desnudos ante un virus que no hay manera de sortear, gimoteamos como los niños mimados que se creen con derecho a todo: a vivir sin enfermar, a durar hasta los ochenta o los noventa, en definitiva a no sufrir. Sí, decididamente estamos a nuestra suerte. ¿Qué otra cosa pensábamos que era vivir?
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