Cardo máximo
Ley seca
Llegará un día en que prescriban el consumo de determinados alimentos según los colores de los tapizados interiores de las cafeterías
Primero vino el toque de queda y ahora llega esta ley seca chiquitita que prohíbe expender bebidas con graduación alcohólica en el horario de la merienda consentida a las cafeterías, que se las prometen muy felices. No importa, ya les llegará a ellos su sanmartín, ... cuando el azúcar esté tan perseguido como los espirituosos y la autoridad sanitaria acote los momentos del día en que los consumidores tendrán libertad para la desmedida ingesta calórica.
La Consejería de Salud decidió ayer abrir la mano con las cafeterías entre las seis y las ocho de la tarde con el contorsionismo regulatorio a que nos tienen acostumbrados: llegará un día en que prescriban el consumo de determinados alimentos según los colores de los tapizados interiores. ¿Les parece exagerado? Quia, el desempeño de los burócratas siempre va por delante de nuestra imaginación. Y en estos meses de pandemia, hemos dado rienda suelta a los prohibicionistas, ese tipo de gente convencida de que tiene que organizarle la vida a los demás y que encima es por su bien. Y lo más asombroso es lo bien que nos lo estamos tomando, no ya como una obligación motivada por las circunstancias excepcionales como quien se toma resignado una cucharada de aceite de ricino, sino convencido de que lo que necesitamos son más regulaciones y más aparato coercitivo para hacer cumplir los caprichos que emanan de una autoridad veleidosa que cambia de criterio en función de los vientos que soplen. No sólo eso, sino que menudean los entusiastas de aherrojarnos todos, en una actualización del ¡vivan las caenas! con que nuestros antepasados saludaban eufóricos la vuelta al absolutismo del felón.
Nuestros gobernantes nos dan una de cal y otra de arena: nos dejan merendar petisúes pero suspenden la Feria de Abril. Para que no nos hagamos ilusiones de nada, para que todo se lo debamos a ellos, que en su magnanimidad nos permiten unos usos y nos proscriben otras costumbres. Y lo están consiguiendo: todo el mundo haciéndose cruces en cuanto se ve la primera bulla, clamando por endurecer las medidas y por reducir el margen que se deja a la responsabilidad de cada cual. Como esos niños enseñados a palos a los que se les reprocha que no saben comportarse en cuanto el profesor se da media vuelta.
Llámenme iluso, porque lo soy. Si nos hubieran mostrado a tiempo la crudeza de las morgues, si hubiéramos visto a los enfermos ahogándose, si no hubieran antepuesto decisiones políticas a sólidos criterios epidemiológicos, si de verdad nos hubieran trasladado un mensaje coherente sin vaivenes ni oportunismos quizá haríamos mejor uso de nuestra libertad. Ellos, con su indecoroso ejemplo, nos han acostumbrado a trampear irresponsablemente, qué quieren que hagamos ahora.
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