Cardo Máximo
El calor de siempre
Nada como un buen chapuzón en la hemeroteca para sacudir el pensamiento erróneo de que nunca hizo tanto calor
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Ahora seguro que lo llaman resiliencia térmica o sostenibilidad climática, uno de esos sintagmas ridículos con que los cabezas de huevo bautizan cualquier realidad que ya existiera antes de que a ellos, con su semántica rimbombante, les diera por inventar un vocablo para dar el ... pego. Pero toda la vida de Dios se ha llamado aguantar el calor, en sus variadas formas del estío: los cuarenta en todo lo alto, las noches tropicales, el bochorno, la solana, el recalmón… Porque aguantar tiene un sentido más amplio que soportar y, por supuesto, que sobrellevar, con los que comparte campo semántico. Aguantar el calor implica un esfuerzo físico, casi como quien carga un fardo o agavilla las espigas en plena siega. Sólo que ya no quedan cuadrillas de segadores (con las ristras de ajo al cuello y el sol achicharrando el lomo)… ni quien aguante el calor.
El adelanto del aire acondicionado nos ha aportado confort doméstico o laboral, pero nos ha menguado la capacidad de aguante. Uno lee los periódicos o, sobre todo, ve los noticiarios televisivos con el periodista micro en ristre ante el termómetro callejero de turno y llegaría a pensarse que nunca hizo calor tan inaguantable. Que nuestros antepasados desconocieron el calor hispalense por uno de esos extraños caprichos del destino. No hay nada como un buen chapuzón en la hemeroteca de ABC para sacudirse el pensamiento erróneo de que nunca hizo tanto calor. Es cuestión de zambullirse en la colección de páginas amarillentas y darse cuenta de lo melindrosos que hemos llegado a ser.
Tengo sobre la mesa la página 16 del ejemplar de ABC de Sevilla del jueves 8 de agosto de 1946. En siete líneas, bajo el epígrafe de ‘Boletín meteorológico’, al lado del anuncio del cine Pathé de ‘México de mis amores’, de Jorge Negrete con butaca a cuatro pesetas, se da cuenta de lo siguiente: «Datos del día 7: presión barométrica a las ocho, 760,2; a las dieciocho, 758,0. Temperatura máxima al sol: 58,2; a la sombra, 46,8; mínima del aire: 26,6. Dirección del viento a las ocho, calma; a las dieciocho, oeste-suroeste. Cielo a las ocho, despejado; a las dieciocho, semidespejado». Fin de la cita. Repito los registros de temperatura, para que no dude el lector que se trata de una errata: 46,8 grados a la sombra. El 7 de agosto de 1946. Por ejemplo.
Ocupaba siete líneas en el periódico. En la edición nacional de ABC, la de Madrid, el suelto hispalense ocupaba cuatro líneas bajo un ladillo textual: «Sigue, en Sevilla, apretando el calor». Y la noticia, pugnando en la página 8 con el maremoto de las Antillas y los actos en honor de San Mamés en Bilbao, se abría bajo el siguiente titular: «La ola de calor causa daños en Alicante». Se acabó lo que se daba. 75 años después, la ola de calor habría abierto telediarios, despliegue de informaciones y hasta exordios de columnistas con las neuronas reblandecidas como el que suscribe.
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