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Con el puente de la Barqueta, el pabellón del Futuro buscaba un subrayado constructivo en el yermo de los terrenos aluviales de la isla de la Cartuja defendidos del río

Javier Rubio

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Pocas veces tiene el articulista tan a la vista un objeto exclusivo nacido de la creatividad del autor del que se propone escribir. No lo son el libro del escritor ni la partitura del compositor interpretada por músicos; si acaso, el cuadro del pintor, pero que la fachada de un edificio se alce tan majestuosa como lo hace la del pabellón del Presente y el Futuro frente al ventanal de la redacción de ABC de Sevilla no hace sino obligado dedicar esta columna a su autor, la B de ese acróstico que dio nombre al estudio de arquitectura Martorell, Bohigas y Mackay.

Oriol Bohigas murió el martes a los 95 años de edad después de haber sobrevivido a sus compañeros de estudio Josep Maria Martorell y David Mackay, pero los arcos de medio punto en granito rosa se levantan airosos hasta los nueve metros de altura como el telón de fondo de la Expo92 vista desde el paseo de Torneo con la decidida vocación de construir un paisaje urbano ex nihilo en los terrenos aluviales de la isla de la Cartuja defendidos del río. Con el puente de la Barqueta, el pabellón del Futuro (como abreviadamente se le nombra ahora) buscaba un subrayado constructivo en el yermo donde se levantó la Exposición Universal. Una opción diametralmente opuesta a la aproximación casi de puntillas que suponían la pasarela de la Cartuja y el casco varado del pabellón de la Navegación.

La organizadora de la Expo92 compensaba así a Bohigas por el esfuerzo inútil con el plan director del recinto a cuyo concurso restringido fue invitado como uno de los catorce equipos internacionales a los que se pidieron ideas de ordenación. Sevilla, en aquellos años centrales de la década de los 80, perseguía repetir el modelo de Barcelona, en cuyo espejo se miraba con descaro: la recuperación de la playa urbana de Nova Icaria con la villa olímpica la había firmado Bohigas como responsable urbanista a la sombra de Serra y Maragall.

La nonata designación de Ricardo Bofill –némesis del urbanista Bohigas– como comisario de la Expo suponía primar el espectáculo arquitectónico por encima de las necesidades reales de la ciudad como se hizo en Barcelona. Al final, Sevilla se quedó en tierra de nadie, como atestigua dolorosamente el aparcamiento en superficie junto al puente de la Barqueta para un parque temático de temporada: ¿se nos ocurre alguna forma peor de aprovechar un suelo privilegiadísimo como ese?

La figura de urbanista intelectual, tan ligado a la izquierda clásica (la 'gauche divine' catalana), hace mucho que se perdió entre nosotros. El perfil más parecido lo representó para Sevilla, durante un tiempo, Víctor Pérez Escolano. Después, el despeñadero. Y luego, en nuestros día, el páramo: «Las estirpes condenadas a cien años de soledad no tenían una segunda oportunidad sobre la tierra».

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