La jaula de hierro
Spengler, que afirmaba que a la civilización la salva siempre al final un pelotón de soldados, ahora diría que la salva una oficina de burócratas
La verdad es que siempre me interesé por el concepto de violencia, aunque ahora la curiosidad reverdece y se intensifica ante la discrepancia sobre si ha existido o no tal cosa en Cataluña en el proceso secesionista. Mis jurisconsultos favoritos no se ponen de acuerdo en cuestión tan vital, y lo es porque de su existencia parece depender que estemos ante un delito de rebelión o de otro ilícito más venial y por lo tanto merecedor de menos reproche y castigo. Como ni catedráticos ni magistrados se ponen de acuerdo ni yo me aclaro, acudo a fuentes familiares y pregunto a mi romanista media naranja qué pensaban los romanos, porque sabido es que en asuntos del derecho tenían opinión sobre todo, al igual que los griegos agotaron la indagación sobre el temario filosófico. Como ruido de fondo se me va atenuando su perorata sobre la «vis absoluta» y la «vis compulsiva» o violencia moral, y todo porque el primer plano sonoro lo ha ocupado el berrinche de mi nieto Yago de año y medio, oportunamente reconvenido por comer con los dedos. Sin contacto físico por medio, el grito educador actúa como amenaza y desata el llanto del niño que reacciona ante la violencia moral, y ya no reclamo más glosas jurídicas. Concluyo que a la vista de la realidad resulta ser más un concepto jurídico interesado que indeterminado, y que existirá o no, y de una u otra forma, según su adjetivo sea «política», «machista», «económica», «policial», de ellos o de nosotros. De ahí la importancia social de que alguien tenga la autoridad y la responsabilidad de calificar los comportamientos y decidir en los conflictos, y en esto hay que reconocer las virtudes de la burocracia. Sin ir más lejos, de la presupuestaria, que era la actualidad que me entretenía hasta que Yago empezó con su llantina.
Parece que Sánchez e Iglesias han llegado a un acuerdo para respaldar (¡oh paradoja!) el presupuesto de Rajoy con sus estabilidades de techos y sendas, bien que gesticulando hacia lo progre y fastidiando al contribuyente. Reconozcamos que quien ha evitado que ambos rasgos hayan sido mayores han sido las burocracias europea y nacional con sus normas y procedimientos, su racionalidad y su pragmatismo. Resulta inevitable la referencia a Max Weber y su «jaula de hierro» (Parsons dixit) en la que todos los ciudadanos vivimos encerrados por barrotes de racionalidad, eficiencia y control. Así que sea optimista y confíe en el futuro. El pesimista Spengler, que afirmaba que la civilización la salva siempre al final un pelotón de soldados, ahora diría que la salva una oficina de burócratas. Llamamos revolución al cambio radical y rápido cuyo caldo de cultivo es la inestabilidad, pero es finalmente un cambio de burocracia. Por cierto, que Yago vuelve a llorar. Habría que convencerle de que la amenaza, la bronca, el insulto, la presión moral y psíquica, el acoso, y hasta la kale borroka no son signos de violencia.