Le invito a una copa de cisco
Se trataba de un recipiente metálico que en castellano recibía el nombre de brasero, pero que en la tierra de María Santísima siempre se dijo la copa
Huelga afirmar que hay copas de agua, de blanco, de tinto, de jerez, de cava, de cóctel, de brandy y de anís, todas de cristal o de vidrio, así como otras de diverso material, como las de plata para premios deportivos, otras verdes como las copas de los árboles, o negras como las chisteras y de colores como unas copas de más. Pero la mayoría de la población menor de cincuenta años no habrá visto una copa de cisco que tan de agradecer era en aquellos rigores invernales. Y a quien no haya cumplido el medio siglo le invito a una copa de cisco que, cual la de coñac, nos entonaba y calentaba. Veamos cómo.
Se trataba de un recipiente metálico que en castellano recibía el nombre de brasero, pero que en la tierra de María Santísima siempre se dijo la copa. Algo debía tener de humana porque, como en la sociedad, había clases, la rica y la pobre. La primera era de metal dorado, que se abrillantaba con Sidol, asas nobles y ostentosa campana perforada. Se situaba sobre la oquedad de una baja tarima de madera tallada, en el centro de aquellas salas de visitas con su tresillo isabelino, media docena de sillas tapizadas a juego y maceteros con aspidistras sobre pañitos de croché en los rincones.
Pero la reina de copas de esta baraja invernal sevillana era la humilde de la mesa de camilla, que no faltaba en ninguna casa, por rica o pobre que fuera.
Encender la copa constituía todo un ritual casi litúrgico en honor del lar doméstico. Previamente, una mucama compraba a un carbonero de la calle Zaragoza un cubo de cisco, que no era otra cosa que carbón no de tronco sino de rama. Prendido el fuego, se avivaba pacientemente con un aventador o soplillo de palma, hasta lograr un fondo de brasas, que se aromatizaba con romero o con alhucema, tras lo cual se introducía la copa en la mesa de camilla, donde padre e hijo leían libro y TBO, la madre hacía labores de ganchillo, la abuela rezaba silente el rosario hasta adormilarse y todos escuchaban la emisora EAJ 5 Unión Radio Sevilla.
Si las cenizas ocultaban las brasas, se removían con una paleta redonda llamada badila. A eso se le decía echar una firmita. Y concluyo el rastreo al baúl de mi memoria echando una firmita a este artículo.