LA TRIBU
Lo inexplicable
Cantar es torear puntas del grito, sí, porque torear es cantar -y bailar- con todo el cuerpo
Sólo sabemos que está, que viene, que aparece. Que es nuestro, aunque no sepamos quién nos lo escrituró en la sangre. Sabemos que existe por el dolor; si no duele, no existe. Tiene mucho de herida y mucho de pena. Cómo quieres que consuele este dolor que me mata, si no sé dónde me duele. Algo así. O no: yo no sé por qué me quejo, si a mí lo que me da vida es esta pena que tengo. Algo así. No sabemos ni quién es, ni de quién nació, ni cómo vino, pero sabemos que es luz, no reflejo; es lluvia, no riego. Cuando dice candela, puede quemar; y si dice cántaro lo dirá con barro. Y si dice herida lo dirá con sangre. Quizá sea necesario que se vuelquen las copas y que la pena se trague alacranes y azúcar. Viene lo inexplicable a poner en la sala un aleteo de divinidad. El misterio se está poniendo sus últimas camisas. Y viene cargado de pueblo o cargado de razón a ponerle carnes al esqueleto de los sonidos malditos. El pueblo lo dejará entrar, lo dejará hablar, se sentará a su lado a escucharlo… Y el pueblo, sólo el pueblo -como la vieja gitana que mete el pañuelo entre los muslos de la novia- podrá dar fe de su pureza. El pueblo lo acogerá o lo olvidará. Nunca le preguntará quién lo ha traído.
Qué viento le ha dado forma a esas formas; qué huracán o qué brisa. Cómo es posible meter ahí, en ese embrujado remolino, el compás, el ritmo, lo negro, lo trágico y lo festivo. En la voz, o en el lenguaje del cuerpo, o en los nervios desnudos del toque. Cantar es torear puntas del grito, sí, porque torear es cantar -y bailar- con todo el cuerpo. Por eso cante y toreo son paredaños de sentimientos, de expresividad, de gloria y de tragedia. Lo inexplicable. Sin iluminado origen, vive como llegó: enloquecedor, trastornándolo todo, arrastrando miel y acíbar, dejándose el hierro en la herida para morir más despacio, según Ferrán, y también, como cantaba Pepe el de la Matrona, para quedarse en la ilusionante duda del amante, en uno de los mejores decires del género: «Desperté y la vi. / Por si estaba soñando conmigo, / la dejé dormir.» Lo cabal de la cabal. Todo será como desangrarse, si se hace de verdad, si de verdad duele, si de verdad siente, si de verdad llora. Y más, como dejó claro el que tenía «el alma de nardo del árabe español»: «…y el que la cante llore / como si fuera de él…» Será tuya si lloras como si lo fuera. Y así, el grito; y así, el baile; y así, el toque. Y así, todo. Los carbones ardiendo que dan frío, la nieve que quema, la pena que alivia o la alegría que mata. Todo eso es posible que aparezca, en algún momento, en la Bienal de Flamenco de Sevilla. Inmortal, inexplicable misterio.