Incendios
No hay castigo que se acerque a la dimensión del delito, si no es pasarse la vida apagando fuegos con las manos, un día y otro, y otro, y otro
![Imagen del incendio en el término municipal de Nerva](https://s1.abcstatics.com/media/opinion/2018/08/09/s/incendio-nerva-huelva-kayF--620x349@abc.jpg)
No puedo evitarlo: cuando leo que un incendio ha sido intencionado, una sed de justicia inmediata, y proporcionada al daño del delito, me invade. Pido a gritos que se apliquen las más severas medidas, de cárcel y sanción económica, de escarmiento. Por encima de todas las soluciones políticamente correctas, se levanta, cargada de razones, la voz que sabe que hay males que si no se atajan a tiempo o a tiempo se reprenden, malo. Paseo por España y miro sus infinitos bosques, sus bellísimos, imponentes, riquísimos bosques, y pienso en el cobarde y rastrero animal de una llama intencionada, y no me explico tanta maldad. Digo España y digo Portugal, que la Península Ibérica se levanta verde de alamedas y cuesta distinguir las lindes —no las hay a la vista— de dos países que tendrían que ser uno solo, para el bien de portugueses y españoles.
He visto arder el monte portugués en días que las llamas se llevaron por delante vidas humanas, y si la primera llama fue obra del hombre, si fue una intención incendiaria el origen, no hay castigo que se acerque a la dimensión del delito, si no es pasarse la vida apagando fuegos con las manos, un día y otro, y otro, y otro. ¿Cuánto cuesta levantar una población de árboles? Una voz amiga me cuenta que el intencionado incendio de Almonaster la Real ha arrasado un bosque de eucaliptos, sí, pero también algo muchísimo más grave, un pinar con árboles de más de medio siglo. ¿Alguien es capaz de diseñar una condena que pague medio siglo de vida vegetal achicharrado de golpe? Un pino de medio siglo es un maduro hombre de madera. Más grave es la vida de un humano al que machacan para atracar, sí, pero de eso hablaremos en líneas aparte y exclusivas. Hoy hablamos del monte, del bosque de España. Quien es capaz de meter una llama en un bosque, es un asesino de lo verde, de la vida que da vida, del oxígeno que nos alimenta; un asesino de la belleza, de la riqueza forestal. Hernández dice, desde la trinchera, «es preciso matar para seguir viviendo»; desde aquí, decimos que es preciso castigar durísimamente para seguir disfrutando de nuestros bosques —sin olvidar la fauna que los habita—, de la indefensa belleza del paisaje verde, enhiesto, alto. Es preciso condenar a repoblar la tierra quemada y, después, no abrir las puertas del presidio hasta que, con la misma altura de los ejemplares quemados, se levanten los nuevos árboles. Mano dura, sin piedad, para los incendiarios. ¿Qué preferimos, un escarmiento gordo o seguir aguantando el asesinato de fuego de los incendiarios, un verano y otro? «Salivazos y hoces caigan sobre la mancha de su frente.»