Improvisator

El único plan en el que Sánchez no ha dado un pendulazo es en el de convocar elecciones

Alberto García Reyes

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Lo peor que puede tener un gobernante no es una convicción equivocada, sino una certeza postiza. En un gobierno siempre tiene que haber un plan, un andamiaje inamovible desde el que construir un proyecto, un jefe de obra con un diseño arquitectónico concreto. No un Pedro Sánchez. En sólo tres meses, el presidente de España que proclama la regeneración de la democracia sin urnas ha cambiado de ministro de Cultura, de estrategia sobre la inmigración, de táctica con el juez Llarena, de idea para el Valle de los Caídos, de posicionamiento sobre el control del gasto y hasta de candidato para dirigir la televisión pública. Nos gobierna un péndulo. Un improvisador que no sabe tocar ningún instrumento. Un manso.

El vacío ideológico del líder del PSOE quedó acreditado, tras un largo periodo de sospechas, en el pacto anti Rajoy que lo ascendió al apogeo del ego. ¿Cuál puede ser el credo político de alguien que se declara socialdemócrata y hace concesiones a los herederos de ETA, a los separatistas marxistas y a los supremacistas, a los comunistas bolivarianos y a los enemigos del Estado? Es obvio que su gran principio es el poder. Por lo tanto, no hay que extrañarse de que un día su ministra de Justicia dijese que no se iba a hacerse cargo de la defensa del juez Pablo Llarena en Bélgica y al siguiente él mismo anunciase lo contrario. Habría sido muy difícil de explicar que sus compañeros socialistas de la Junta de Andalucía estén pagando con dinero público las defensas de los políticos que presuntamente saquearon nuestro dinero en los ERE y que, sin embargo, el mismo partido se negara a asistir al magistrado que ha aplicado la ley sobre quienes han intentado romper España. Y también habría sido imposible justificar que cada barco que asomara por nuestras costas cargado de inmigrantes fuera recibido con los brazos abiertos porque las buenas intenciones son hermosas, pero el toreo de salón es muy distinto al del ruedo. Por eso Sánchez sólo ha podido ejecutar la parte más sencilla de su plan: la colocación de todos sus amigos y queridos, incluida su mujer, y el decreto de la exhumación de Franco. Es decir, la nómina y la demagogia. Todo lo demás... depende. Por la mañana puede ser que sí, por la tarde que no y por la noche todo lo contrario.

El único asunto en el que este hombre no ha cambiado de opinión es el de las urnas. Probó el «Falcon 900» para ir a Benicassim y lo tuvo claro: el chollo debe durar. Y español el que no bote. Sánchez no es un peligro para España porque tenga ideas disparatadas o se haya agarrado al machito como un parásito, sino porque no sabemos cuáles son exactamente sus ideas. ¿Quién puede fiarse de una persona que cambia de opinión con tanta ligereza? ¿Quién puede confiar en un país que tiene como presidente a un saltimbanqui de las decisiones? ¿A dónde puede llevarnos un indeciso que tiene una postura por delante y la opuesta por detrás? Cuidado: en La Moncloa vive ahora «Improvisator», una azarosa criatura invasora con superpoderes para la devastación.

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