Antonio García Barbeito - LA TRIBU
Impaciencia
El niño no tiene espera, porque es el tiempo mismo, inexorable; es la inmediatez sin reposo
LOS niños viven en la impaciencia, no saben esperar, aunque tengan por delante todo el territorio del tiempo. Al niño se le viene a la boca la salivilla de lo que le está viniendo, o de lo que desea que acabe ya de llegarle. El niño no sabe esperar, no quiere esperar. El niño es, como algunos mayores, persona de melón y tajada en mano. No sabe esperar, se le van las manos, se le van las piernas, se le va la voz, se le van los ojos, se le va todo el cuerpo cuando desea fervientemente algo y ese algo, que llegará cuando tiene que llegar, tarda mucho, o eso cree el niño. Recuerdo a un niño apremiándole a su padre a que le solucionara un problema con la cuerda que se le acababa de romper; era la soga del columpio y el niño quería seguir columpiándose, y el padre se empeñó en injerir los cabos de la soga, y, como es normal, tardaba, y el niño, desesperado, le dijo: «¡Hazle un nudo…!»
Impaciencia. Cuando nuestra madre iba a elaborar un bizcocho, nos íbamos a la cocina al primer olor de la receta. Y siempre hacíamos la misma pregunta: «¿Tarda mucho?» Sí, tardaba. Había que amasar la harina con el aceite, y batir los huevos y mezclarlo todo con el azúcar, y después llevarlo al horno y esperar a que el horno tuviera un hueco, y el bizcocho, en manos de la madre, llegaría de noche a la casa, y aun así habría que esperar a que se enfriara: «¿Y no se puede comer así, aunque esté caliente?» Impaciencia. A escondidas, pellizcábamos el bizcocho. Como a escondidas mojábamos pan en el tomate que estaba friéndose en el perol. Impaciencia. El padre lo sabía, cuando los niños preguntaban en la tarde de la era; «¿Nos vas a llevar al río a bañarnos?” Sí, los llevaría, pero cuando acabara la faena principal en la era, un poco más tarde. «¿Cuándo?» El niño era un reloj desesperado al que le dolían todos los segundos. Impaciencia. El niño había preguntado a su padre que si lo montaría en el carro. Sí, más tarde. «¿Y por qué no ahora?» El niño no tiene espera, porque es el tiempo mismo, inexorable; es la inmediatez sin reposo. El niño necesita hacerlo todo cuando lo desea. Así vas tú, como cuando eras niño, pura impaciencia, salivilla de regusto, porque sabes que se te está viniendo, que casi lo alcanzas. No quieres acostarte para que no te coja dormido; no quieres distraerte con otra cosa, porque para ti no existe «otra cosa». Ya, lo quieres ya, ahora mismo, cuando el deseo te rebosa por las veras de la romántica necesidad. Si pudieras, al año que aún no enlaza marzo a febrero, le gritarías lo que aquella vez a tu padre: «¡Hazle un nudo!» Ay, cuando la cuaresma te pica…
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