Por una España abierta

Anticipación y responsabilidad compartida

Ignacio Silva, presidente y consejero delegado de Deoleo

Existen pocas certezas sobre esta crisis, pero hay algo que parece claro: el impacto de la emergencia sanitaria causará cicatrices profundas en nuestra sociedad y economía. Las necesarias medidas de distanciamiento han paralizado sectores con gran peso en la economía española, abocando a grandes empresas y, sobre todo, a muchas pymes y autónomos a una situación de extrema dificultad.

Y al mismo tiempo, las empresas que han continuado operando han tenido que reestructurar su operativa y recursos para poder garantizar las necesidades básicas de los ciudadanos en un entorno dominado por la incertidumbre. Una labor que han realizado en tiempo récord y que ha exigido gran esfuerzo tanto desde el punto de vista económico como humano.

El plan de desescalada y los avances que muchas regiones han podido empezar a realizar son una luz al final del túnel; pero no podemos dejarnos llevar por la ilusión de recuperar la vida tal y como la dejamos hace apenas unas semanas. La vuelta a la normalidad será larga y complicada.

Y todo parece indicar que no será una vuelta, sino más bien la entrada en una normalidad distinta. Las últimas semanas nos han hecho modificar nuestra forma de consumir y relacionarnos; se han acelerado cambios que ya estaban en proceso, a la vez que han irrumpido otros nuevos y hábitos que parecían olvidados han resurgido.

Debemos esperar a conocer el impacto definitivo de esta crisis en el poder adquisitivo y la confianza de los consumidores, pero estoy convencido de que muchos de los cambios que se han producido estos días acabarán integrándose en nuestros patrones sociales, al menos, en el corto y medio plazo.

Esto nos conduce directamente a uno de los grandes aprendizajes que la crisis va a dejarnos: el valor de la anticipación. El cambio siempre abre la puerta a una oportunidad y estos días hemos visto cómo cientos de empresas han minimizado el impacto en su negocio al adaptar su servicio o la manera de ofrecerlo a las nuevas circunstancias. Pero no basta con ver la oportunidad, hay que saber gestionarla para conseguir una respuesta que, además de satisfacer la nueva necesidad, lo haga cumpliendo e incluso superando las expectativas de los consumidores. Solo así podremos dar respuestas duraderas que apuntalen la recuperación. Entender el entorno y gestionar la anticipación se convierte en una responsabilidad. Y ese es el otro gran aprendizaje de esta crisis, que la responsabilidad ataña a todos.

A los ciudadanos, que debemos cumplir con unas medidas que están ayudando a frenar la pandemia, pero que exigen un gran esfuerzo psicológico y emocional. A las empresas, que también podemos ayudar a aliviar el coste emocional de esta crisis, asegurando que nuestras personas, las que con su compromiso y dedicación harán posible la recuperación, se sienten seguras y protegidas. Debemos poner a su disposición todos los recursos necesarios en materia de pruebas de diagnóstico, medidas de protección y flexibilidad laboral.

Y como no podía ser de otra manera, la responsabilidad y la anticipación deben exigirse también a las instituciones. Ellos son los encargados de orquestar la salida de esta crisis. Hasta ahora, hemos conseguido avanzar gracias al sacrificio de todos, pero debemos garantizar que seguimos haciéndolo. El objetivo debe ser reactivar la economía y hacerlo de manera segura y constante; y mientras tanto, facilitar a las empresas estructuras y ayudas económica para que puedan reducir el impacto del ahora y sean capaces de afrontar el futuro. Es necesario garantizar la supervivencia del tejido empresarial en las mejores condiciones posibles para que la economía de este país pueda afrontar los cambios que vienen.

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