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El dios maldito

Fuera del campo era un juguete roto, expuesto a una orfandad patética transmitida en vivo sin compasión por su decadencia

Ignacio Camacho

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A la comparación de Messi con Maradona le falta la variable esencial de las patadas que le pegaron a Diego en un fútbol sin VAR y casi sin cámaras donde centrales malencarados y aviesos practicaban sobre campos de barro la caza implacable del delantero. La ... única vez que unos defensas, los ingleses, intentaron pararlo sin recurrir al derribo acabó marcando el gol del siglo, una obra maestra que jamás habría podido consumar contra un canchero y resabiado equipo argentino. Para los británicos, ese partido fue el de otro gol con la mano que los derrotó violando todas las reglas del juego limpio; para el resto del mundo, el de «la mano de Dios», la apoteosis del genio pícaro acostumbrado, como Ulises, a la ley de la supervivencia del más listo. De algún modo aquel encuentro en México resume los dos polos entre los que Maradona balanceó su destino: la trampa y la gloria, el subterfugio y la excelencia, el escándalo y el prodigio. La dualidad extraviada y refulgente que cinceló su mito. La leyenda del esplendor en la hierba y el lado oscuro de la autodestrucción y la carrera hacia el abismo.

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