Husos y usos

De forma muy elemental, pero quizá expresiva: ¿queremos que nuestros alumnos rindan o que los turistas nos visiten?

El cambio horario da muchos problemas ABC
Javier Rubio

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En la polémica por el cambio de horas y el huso horario al que tiene que acogerse España, falta lo principal: la discusión sobre los horarios a los que solemos hacer las cosas. Con independencia de la hora que marque el reloj atómico que está en un cuartito de cristal y metálico en el Real Observatorio de la Armada en San Fernando, que marca la hora oficial de España, habría que llevar el debate al terreno de las costumbres y el impacto que tienen sobre el consumo energético. Vivir de noche y dormir de día no es sólo propio de vampiros y adolescentes, sino un disparate de tomo y lomo contra el que deberíamos ponernos manos a la obra.

Como en tantas cosas, cada uno cuenta la feria como le va en ella. Los enseñantes están escandalizados con que, en el vaivén de las horas en que estamos metidos, acabe imponiéndose el horario de verano y durante la mayor parte del curso escolar no se haga de día hasta pasadas las nueve de la mañana. Si ya les cuesta fijar la atención de los alumnos en lo que explican en el aula con el día amanecido, imaginen sin luz natural y los biorritmos de los quinceañeros literalmente por los suelos. Pero los hosteleros y, en general, todo el que vive de alguna u otra forma de dar de comer no quiere ni oír hablar del horario de invierno en el que anochece a las seis y media de la tarde y el público se recluye en casa con la atardecida. También en eso, en algo aparentemente tan técnico y aséptico como fijar el horario oficial de la nación, se traslucen los criterios y las apuestas políticas tanto o más que en la elección de las fuentes de las que aprovisionarse de energía o la regulación del mercado laboral. De forma muy elemental, pero quizá expresiva: ¿queremos que nuestros alumnos rindan o que los turistas nos visiten?

Por eso, más allá del debate en torno al huso, bueno sería abrir también el debate sobre los usos. En algunos aspectos es concomitante y en otros no tiene nada que ver, pero es oportuno plantearse si tiene sentido trabajar hasta las ocho de la tarde en oficinas del centro de la ciudad a las que hay que ir o volver cuatro veces al día mientras los hijos salen de clase a las dos de la tarde como mucho y se les carga la tarde de actividades extraescolares para —reconozcámoslo— hacer tiempo hasta que la familia se reúna. No hay mejor momento que ahora para plantearnos seriamente en volver a acompasar los horarios familiares, que suena infinitamente más modesto que el siempre ampuloso sintagma de la «conciliación laboral» pero que puede surtir infinitamente más frutos.

Hasta que los horarios laborales, escolares, comerciales y de ocio no vuelvan a caminar en paralelo, seguiremos peleando con los relojes no importa si en el horario de Greenwich o el continental porque es lo de menos si cenamos en casa a las 19.30 o las 22.30 con tal de que lo hagamos todos a la vez. Y esa sí que es una decisión estratégica en favor de las familias españolas.

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