LA TRIBU
El hombre
Detienen a violadores asesinos, y siguen saliendo, de cualquier sombra que parecía pacífica, violadores asesinos
VUELVE la burra al trigo, cada vez que puede, o da la generosidad su vida, cuando alguien la necesita. Todo es, al fin, lo mismo. Lo bueno y lo malo. Da igual que a la espalda nos hayamos echado un año más o que por delante se nos abra un camino luminoso, o umbrío, o difícil. Parece que no aprendemos, por más que hayamos vivido o por más esperanzas de vivir que tengamos. Vuelve la burra al trigo. Y, también, vuelve el buen corazón a hacerse del otro. Cabrita que tira al monte no hay cabrero que la guarde. Es cierto. Como cierto es que la bondad vuelve a sus sendas, reciba el pago que reciba.
Nos espanta el refinamiento de la maldad, la sevicia de algunas personas, la insaciable sed de daño de alguna gente; y nos admira la capacidad de entrega de gente que no sabe vivir sin darse, como otra gente no sabe vivir sin quitar. ¿No escarmentamos? ¿Qué castigo necesitamos para enmendarnos, para no reincidir, para desterrar a la bestia que nos habita? Cuando, con tal de matar, ni la muerte espanta a algunos, ¿qué aplicamos? Cadena perpetua, trabajos forzados, diarios castigos de comida corta, de privación de extraordinarios, justo de agua, largo de faena… Sí, pero ¿acabaría eso con el mal que espera sin miedo y sin prisas para asestar su golpe mortal? ¿Muerto el perro, se acaba la rabia? No es fácil adivinar dónde está la medida, el punto exacto capaz de traernos una convivencia sin grandes sobresaltos. Cuando conocemos el asesinato de unos niños, creemos que esa mala acción espantará a todos, y no queremos saber que hay quien ve en eso un aprendizaje, un acicate para lanzarse a cumplir con los deseos del mal que lo habita. Y viene la cárcel, los años de cárcel, y en vez de disuadir, parece que el castigo anima a otros. Y salen los celos, la envidia, la venganza, y se llena de cuchillos las manos y se da a matar a la que le juró amor o le dio hijos. Y viene la cárcel, y sigue la burra yéndose al trigo. Y detienen a violadores asesinos, y siguen saliendo, de cualquier sombra que parecía pacífica, violadores asesinos. Y sigue la gente donando órganos, donando sangre, acudiendo a visitar enfermos, a trabajar para que otros coman, a alargar la mano para ayudar. Es verdad lo que nos decía Laura Campmany: «…en este mundo, / el daño más atroz, el más profundo, / lo llevan en el alma los que hieren…» Sí, y la mayor alegría, los que dan vida. Nos espanta la maldad sin límites, y nos admira la bondad infinita. Ha pasado un año y todo sigue igual, todo es como era y también como será. Volverá la burra al trigo y el buen corazón a darse. El hombre, el hombre. Así es el hombre.