LA TRIBU
El hijo
El hijo vino a traerme al padre y por la obra del padre, «Jirones de toda una vida», descubro al hijo
Qué bien cumple con el cuarto: «Honrarás a tu padre y a tu madre.» Honrados quedan, porque lo merecían y porque el hijo se empeñó en ello. Ha publicado un libro sobre la vida y obra de su padre, desconocida para muchos, también para mí. He cantado mil veces «La hija de Don Juan Alba» sin saber que era de Almadén de la Plata el poeta que escribió la letra. Y habré dicho letras flamencas sin imaginar que venían de la misma mina. Guardaré esta solearilla de Triana: «Qué penita, compañera, / que estés tan lejos de mí / cuando te tengo a mi vera.» Que alguien suelte un ole a compás, que lo pide la letra, tremenda, de don Francisco Infantes Florido. Florido verbo y florido verso. Su hijo Carlos, esa eminencia en cardiología, ha titulado el libro dedicado a su padre «Jirones de toda una vida.» Había que hacerle justicia al republicano que amaba la poesía, el flamenco, los toros; que se codeó con lo más granado de esas artes y que vivió con una intensidad romántica lo que le tocó vivir. Y escribió de esas pasiones, retrató a artistas de su época, escribió letras flamencas, canciones y nanas, y en una prosa apasionada dejó páginas de su amor y su memoria.
Yo no sabía nada de don Francisco Infantes Florido, y por una llamada de su hijo, al que no tenía el gusto de conocer, conocí a dos Infantes de golpe, padre e hijo, don Francisco y don Carlos; aquel, escrito; éste, de viva voz y de viva elegancia, clase, amabilidad, sencillez. Yo creo que ha sido cosa de la hija de Don Juan Alba, que pidió permiso en el convento de la calle la Paloma para venir a decírmelo, a señalarme la grandeza de uno y la grandeza del otro, que si don Carlos, como eminente cardiólogo, sabe cómo poner a funcionar un corazón, su padre, como poeta, movía corazones, los estremecía, los ganaba, o los encerraba en unos versos o en una prosa. Le agradezco mucho al doctor Infantes que, de la mano de mi querido José Luis López, viniera a traerme este libro con el que honra a su padre y a su madre y a todas las personas que en él habitan. He leído de «Jirones de toda una vida» lo bastante para conocer a don Francisco Infantes, sus pensamientos, sus ideas, sus debilidades. Lo que no imaginaba es que la mayor sorpresa sería descubrir a su hijo Carlos. Así que sepa don Francisco que, de toda su obra, el poema más completo, la prosa más brillante, la letra más rotunda y la canción más profunda los descubro en su hijo don Carlos Infantes Alcón. El hijo vino a traerme al padre y por la obra del padre, «Jirones de toda una vida», descubro —y admiro, y lamento no haberlo conocido antes— al hijo, a su hijo Carlos. Gracias a los dos.