Mal gusto

Confieso que he picado alguna vez, cuando se trataba de una enfermedad que necesitaba ayuda de todos, o sangre, o compañía

Muchas personas difunden cadenas falsas de mensajes a través de los móviles y las redes sociales EFE
Antonio García Barbeito

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No sé a quién beneficia, si es que beneficia a alguien, que lo dudo. Nos encanta —vamos a meternos todos— echar una llama al monte y correr a decir que hay fuego. El teléfono celular, y sobre todo el guasá, es un buen terreno para que la mano anónima escriba lo que le venga en gana y lo lance diciendo que sería bueno que lo reenviáramos a diez o veinte personas. Confieso que he picado alguna vez, cuando se trataba de una enfermedad que necesitaba ayuda de todos, o sangre, o compañía. He caído, sí, y he hecho que otros caigan, porque me creyeron como yo creí a quien me lo mandó, por lo general, un amigo.

El teléfono celular se ve que es el aparatito ideal para aburridos, malintencionados, bromistas de mal gusto o canallas sin escrúpulos. Hay de todo. Es verdad que hay envíos de guasás que son muy graciosos y los celebro, pero cuando en el mensaje incluyen a niños enfermos, casos de extrema necesidad, transfusión urgente o donación, y es mentira, ahí lo que hay detrás es un hijo de su madre, un cabrón con pintas que no se detiene en pensar la cantidad de gente buena que hay, porque todo es mandar el guasá diciendo que necesitan sangre del grupo tal y lo renviamos a diez, a veinte, y se multiplica, porque los que reciben la urgencia lo mandan a otros tantos. Tal vez yo sea un ingenuo y no sepa dónde puede estar la ganancia, el beneficio de alarmar a cientos de personas con una mentira que sacrifica a un ser humano. No lo sé. Es triste y causa rubor, a veces, porque cuando nos damos cuenta, o nos lo dicen, que todo es un rollo, no sabemos dónde meternos. Es el grito de ahí viene el lobo, ¿qué hacemos, desoímos lo que nos dicen o enviamos el mensaje a diez personas? Es para que la Policía entrara a saco aquí, en este cachondeo de malísimo gusto que a veces da nombre del hospital y la planta, y cuando lo has enviado a veinte personas, el que te lo envió te manda otro: «Perdona, me han dicho que es mentira. Lo siento.»Qué fácil es, qué cómodo resulta, y con cuánta impunidad —o quizá no, no sé—, cualquier desalmado pone en alerta a cientos de personas utilizando la gravedad de la enfermedad de un niño, una petición urgente de sangre, la donación de un órgano. He caído alguna vez, pero siempre, es verdad, porque el mensaje venía de un amigo. Qué pena, hombre, que esos que juegan con la salud y la solidaridad ajenas no tuvieran una necesidad urgente de cargar el móvil y no supieran cómo, o que se quedaran sin cobertura cuando más falta les hiciera una llamada inmediata, para que entendieran la canallada que cometen cada vez que lanzan un mensajito pidiendo órganos o sangre.

antoniogbarbeito@gmail.com

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