Francisco Robles - NO DO
El guiri soy yo
Florencia es la sutileza de los colores puros que le permiten al Beato Angélico buscar a Dios en el silencio de las celdas
Desengáñate. Es imposible. Por mucho que lo intentes y por muy bien vestido que vayas no hay nada que hacer. Has llegado a esta ciudad donde la elegancia se percibe desde el mismo momento en que se pronuncia su nombre. Florencia es la sutileza de los colores puros que le permiten al Beato Angélico buscar a Dios en el silencio de las celdas coloreadas de San Marcos. Pero luego sales a la calle y te encuentras con las mismas chanclas arrastrando la suciedad pegajosa del cansancio, los mismos bañadores de caballero que han sustituido a las bermudas en esta degeneración estética que contamina la belleza que las generaciones que nos precedieron sedimentaron en estas ciudades habitadas por mamarrachos ambulantes. Camisetas de futbolistas. Gorras imposibles. Sudores que agreden en forma de bofetá. Y luego creemos que somos el resultado del progreso imparable del que disfruta la especie humana…
Hoy lo has comprobado en Siena. Verdad objetiva. Periodismo de campo en estado original. En la librería Piccolomini del imponente Duomo. En esa sala has disfrutado de Pinturichio. Lujo del color. Luz renacentista que brilla como el asombro en las pinturas murales que llenan la armónica estancia. Arriba, elegancia de ropajes donde la seda y el brocado se adueñan de un esteticismo eterno. Abajo, nómadas de calcetín tobillero y camiseta pringosa. El contraste ha sido tan violento que ha temblado el concepto de la historia como una progresión continua. En este asunto la regresión es más que evidente. Es clamorosa.
Florencia es la sutileza de los colores puros que le permiten al Beato Angélico buscar a Dios en el silencio de las celdas
No has asistido a un hecho aislado en la bellísima catedral sienesa. Eso sucede a diario en tu ciudad. Hordas de desarrapados se apropian durante horas de un patrimonio cincelado y acuñado, modelado y esmaltado por los artistas que se dejaron su vida en ello. Un respeto. No se puede contemplar de semejante guisa el estremecedor relato escultórico de Miguel Ángel en las Capillas Mediceas. Esos conceptos del Día y la Noche o del Crepúsculo y la Aurora, perviven en la solidez del mármol y traspasan la mente y el corazón de quien los contempla. Meditación barroca con formas y volúmenes manieristas. Demasiado complejo para que lo degluta el tipo de las calzonas que anda por allí como si estuviera en una piscina o en un mercadillo.
Y lo peor de todo este movimiento avasallador que ocupa las ciudades más bellas del mundo es que no le deja sitio al viajero que entra en ellas como si fueran templos o bibliotecas que encierran el saber y el misterio que envuelven al hombre. Florencia es, como Sevilla, una ciudad edificada sobre los cimientos imposibles del tiempo. Pero está visto y comprobado que es inútil acercarse a ella en ese plan. Al final eres un turista más. Aunque no lleves chanclas ni riñonera. Aunque busques el genio matemático de Brunelleschi o la fuerza inagotable de Donatello. Da igual. Eres un hombre atrapado en el mármol de tu tiempo, como los esclavos incompletos de Miguel Ángel que ansían la libertad que los desencadene de la materia. Eres un turista. Un guiri. Ni más ni menos.