LA TRIBU

La Guardia Civil

Como las primeras manos que toquen un caso sean las de la Guardia Civil, tiembla, delincuente

Antonio García Barbeito

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CHIQUITO la llamaba «La Meretérica», y una vecina de mi calle, al leer en la prensa —como Dios le dio a entender— quién había apagado un fuego en los pinares, «La Veraverita». Con más razón, podríamos llamarla «La Malpagá». Aunque sea la Benemérita, la Benemérita Institución. Recio el capote, gastado el cuero del zurrón, gastadas las suelas de las botas de tanto patearse el campo, apuntando desgaste el correaje, cansado el charol del tricornio de duplicar soles infames y altas luces esquineras de rondas nocturnas e interminables. Lluvia, calor y frío. La Guardia Civil es una de las más viejas estampas que conservamos en el paisaje uniformado de la memoria: el cura con sotana, el guarda jurado con sombrero con escarapela y la ancha correa en bandolera, los soldados, las criadas con cofia y delantal… Movamos como movamos las fotografías del recuerdo, siempre nos aparece la imagen de un guardia civil, y el guardia civil, siempre uniformado. Quizá fue aquel guardia apellidado Monje al que me costó reconocer el día que, ya jubilado, lo vi de paisano. El guardia civil era entonces un hombre con una sola vestimenta.

Mucho han cambiado los tiempos; mucho, la formación y las maneras del guardia, pero el celo institucional sigue ahí, donde nació, empeñado en servir, en ser como impone la Cartilla del guardia civil (1845), «prudente sin debilidad, firme sin violencia…» Tiempos hubo en que algún número leyó mal la Cartilla o se le olvidó leerla, pero, con todas las sombras que queramos, no hay Cuerpo en España que haya sufrido más, que se haya entregado tanto y que reciba peor pago, en todos los órdenes, aunque por citar sólo un detalle, cause vergüenza saber —con mis respetos a todo uniforme— que un guardia civil gane muchísimo menos que un policía local. Y ahí está La Malpagá, demostrando que sin ella no somos nadie, que tendría que haber —bien pagado y sin tener que poner de su bolsillo la gasolina del coche patrulla, como sé de algunos casos— un guardia civil cada cien metros. La mejor diligencia de España. Caso Diana Quer, por poner un ejemplo. El despliegue, el celo, el insomnio, la entrega, la constancia, la finura de la Guardia Civil ha resuelto un caso muy difícil. Qué alegría da ver felices a los guardias civiles por tan excelente trabajo. Hoy, como las primeras manos que toquen un caso sean las de la Guardia Civil, tiembla, delincuente. Antier hablábamos de cómo el personal de la sanidad pública se olvida de lo mal pagado que está y se entrega todo al enfermo; así, la Guardia Civil. La Malpagá y su impagable labor. Por eso, «Viva la media naranja, / viva la naranja entera...»

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