TRIBUNA ABIERTA
Alergia al dinero
El sistema monetario internacional es una especie de juego en el que todos salimos ganando —suma positiva— si colaboramos y nos coordinamos utilizando reglas sencillas, claras y transparentes

Hace poco tiempo ha saltado a los medios de comunicación la noticia de que somos alérgicos a las monedas pequeñas de nuestro euro. En este breve artículo no voy a entrar a dilucidar si el níquel de los céntimos de euro nos ‘enrojece’ las manos —¡ ... euritis!—, ni siquiera en que puede transmitir la Covid-19, sino dándole la vuelta al argumento me pregunto si nuestro yo espiritual siente una profunda alergia y aversión a ese poderoso caballero don dinero.
En este sentido, llevo mucho tiempo meditando una de las infinitas frases de Jesús de Nazaret: «¡Se os dará el ciento por uno!». Evidentemente el espíritu de esta frase se sitúa en las antípodas de la usura, la explotación económica, la competencia desleal entre empresas y trabajadores, y sobre todo, el hambre. Estas manifestaciones de la enfermedad colectiva —estado permanente de guerra— hunden sus raíces en el sempiterno EGOísmo.
Además, como aparentemente no captamos a nuestros alrededores milagros económicos —¡la multiplicación de los panes y los peces!—, mantenemos en dos compartimentos estancos la fe y la economía. Pero no todos somos tan miopes. Así, y aunque lamentablemente murió antes de que se concedieran los Premios Nobel de Economía, John Maynard Keynes es sin dudas el economista total, el economista del siglo XX: ¿qué nota le daría Jesús de Nazaret por haber captado la esencia de su parábola en el principio del multiplicador? Afortunadamente, recientemente también se reconoció la labor de un economista hindú con el Premio Princesa de Asturias, Amartya Sen, que no solo nos ha recordado que la economía tiene dos ojos (cabeza y corazón), sino que se ha constituido en la conciencia y en el referente ético de la profesión económica. Evidentemente, en el mundo de las esencias espirituales —el mundo más sencillo de todos— no hay nada nuevo bajo el sol y todos recordamos la vinculación encontrada por Max Weber entre la «ética protestante y el espíritu del capitalismo».
Pero retomando el argumento central, es importante dejar claro que el dinero como medio de cambio es un símbolo y tiene espíritu. Respecto al primer atributo, hay que tener en cuenta que aparentemente el dinero es un símbolo de poder. Efectivamente, aparentemente a casi todo el mundo le gusta atesorar dinero —¡qué poco efecto ha hecho en nosotros la lectura del ‘Cuento de Navidad’ de Charles Dickens!— y ya es famosa la frase de que el dinero no da la felicidad pero la facilita. Muy bonito, pero en esencia el dinero es el vínculo material que nos une: la superación del puro trueque. Así, por ejemplo, el sistema monetario internacional es una especie de juego en el que todos salimos ganando —suma positiva— si colaboramos y nos coordinamos utilizando reglas sencillas, claras y transparentes.
Sin embargo, para entender el argumento anterior hay que esbozar el atributo espiritual del dinero. Para ello tenemos que remitirnos a la obra de Robert Schuman. Como sabemos, este político y diplomático francés captó claramente en los años cincuenta del siglo XX que había que unir a los europeos a través del bolsillo y sólo así se haría realidad la frase: ¡Nunca más una guerra en Europa! Ahora, como el que no quiere la cosa, todos tenemos los euros en el bolsillo y no creo que muramos de euritis. Bromas aparte, el siguiente paso, como ya ha profetizado el Nobel Robert Mundell es una moneda única a escala mundial. Llegados a ese punto sólo quedaría por delante un gobierno y unas institucionales mundiales (globalización humanista).
Para no extenderme más, pues parece que ahora la gente tiene mucha prisa —¿a dónde proyectamos ir?—, me gustaría terminar adaptando un poco la plegaria de San Francisco: «No quiero recibir dinero, necesito dar corazón...» Así, creo firmemente en que todos necesitamos de todos, por encima de razas, religiones, clases sociales, cultura, ideología, situación económica, categoría profesional, nacionalidad, hermandad, sexo y orientación sexual, barrio, equipo deportivo, etc.
Siento alergia del dinero que alimenta las guerras (familiares y mundiales) y adoro el dinero ético (Sandri, 2002).
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