Tribuna Abierta
Impuesto al esfuerzo
No deja de ser una ironía que quien mantuvo en Andalucía una anormalidad tributaria semejante, apele ahora a la equidad territorial para extender en toda España el impuesto a la muerte
De todas las noticias preocupantes que nos llegan casi a diario sobre nuestro futuro colectivo como nación y como Estado, las que personalmente me producen mayor alarma (tanta como las que ponen la alfombra roja a una posible desmembración del Estado y las que socavan las bases del régimen constitucional del 78) son aquellas que parecen destinadas a derrumbar las bases morales de nuestra sociedad y particularmente las que parecen directamente planeadas a destruir cualquier atisbo de cultura del esfuerzo, sacrificio y responsabilidad individual y familiar.
Desde un concepto mal entendido del abrigo social, ciertas medidas parecen concebidas para despojar al individuo de cualquier responsabilidad sobre su propio destino. Mucho se ha escrito, y no voy a abundar a aquí, del retroceso abismal que la LOMLOE va a suponer para la formación de las nuevas generaciones. Con su veto al suspenso, con su barra libre de aprobados, la llamada Ley Celaá propone un escenario que invita a los colegios excelentes a salirse corriendo del sistema educativo español, como por cierto ya ha hecho algún centro educativo señero de nuestra ciudad, hastiado de los corsés, las limitaciones, los cambios legislativos sin sentido y la falta de perspectiva y grandeza en el diseño de las políticas de las autoridades educativas.
Pero hay otra medida ya anunciada por el Gobierno, que es a la que quiero referirme en este artículo, que, más allá de sus estrictas implicaciones económicas, va a suponer otro aldabonazo brutal a la cultura del esfuerzo y el ánimo moral de los pequeños ahorradores españoles, esos, que dicho sea de paso, son los que sostienen la hacienda pública. Me refiero a la llamada armonización del impuesto de sucesiones, armonización que ni decir tiene se realizará por arriba, trasladando al conjunto del Estado (menos a las comunidades con privilegios forales) los abusivos tipos impositivos que la actual ministra de Hacienda sostuvo en Andalucía y que fueron parcialmente anulados por el nuevo Gobierno andaluz.
No deja de ser una ironía que quien mantuvo en Andalucía una anormalidad tributaria semejante, apele ahora a la equidad territorial para extender en toda España el impuesto a la muerte. Una armonización (sic) que, lejos de destensar las relaciones territoriales, solo servirá para estimular el conflicto entre comunidades y del Estado con las comunidades, y que, sobre todo, como decía líneas arriba, será demoledora en términos de ambición personal, estímulo para progresar, cultura de esfuerzo y ánimo moral para el sacrificio.
Porque, dejémonos de embustes, este es un impuesto que los grandes patrimonios ni lo huelen, pues disponen de recursos y estrategias fiscales para sortearlo. Es a los pequeños propietarios, a los ahorradores, a los autónomos y profesionales que toman decisiones de inversión con las rentas de su trabajo a los que penaliza. A los que no tienen tiempo ni dinero ni asesores (ni tampoco instrumentos legales) para eludir el impuesto a través de productos o estrategias de ingeniería financiera.
La historia ha demostrado que no hay nada más contrario al Estado del Bienestar que un Estado monopolizador e invasivo que invade todo los espacios de responsabilidad y libertad individual, dejando a sus ciudadanos sin hambre, sin estímulo y sin motivación alguna por progresar. Y aunque ciertos dirigentes públicos aspiran a que el Estado se arrogue la propia paternidad y responsabilidad sobre nuestros hijos, la realidad es que, para muchos de nosotros, para la maltratada clase media española, son precisamente nuestros descendientes y su futuro la razón para ahorrar, para invertir, para aspirar a más.
Un Estado que destruye ese propósito, que neutraliza el acicate de los que más contribuyen para que sigan contribuyendo, no es un Estado del Bienestar, sino lo contrario: es un Estado que acaba imposibilitando la sociedad del bienestar, que en lugar de recaudar más acabará recaudando menos porque nos dejará sin ganas y sin razón para el sacrificio personal.
Del mismo modo que hay decisiones de entrenador (por ejemplo sacar a un defensa por un delantero cuando el equipo va empatando) que tienen un impacto mucho mayor que el meramente táctico, y que alcanzan la propia mentalidad y propósito de equipo, hay decisiones de ámbito económico-fiscal (como la subida del Impuesto de Sucesiones) que tienen una dimensión socio-cultural y casi educativa. Igual que el jugador interpreta con el mencionado cambio que el empate no solo es suficiente, sino que es el gran objetivo, también el ciudadano interpreta que con empatar en la vida ya es bastante, y para qué ahorrar, si luego viene el Estado y se lo quita a tus hijos.
Ojo, pues, con los mensajes que mandamos a la sociedad y con las lecciones que reciben nuestros hijos. A ver si en vez de potenciar el Estado del Bienestar y la justicia social, la vamos a hacer imposible, a base de cercenar el estímulo de quienes más contribuyen a ella.