PÁSALO
Resurrección
En estos días pasas amariposa sin ser gusano

TENGO el cuello escayolado de mirarte las jechuras de tu hermosa majestad. Te he visto salir del mar de esta primavera vestida con el blanco satén del azahar y con una guirnalda roja de flor de coral en tu elegante cabeza. Debo reconocer, como una ... verdad ante un juez de estética, que luces más hermosa que Venus entre las espumas de las olas y que a tu lado, diosa tan bella, te sirve con la cabeza inclinada. Eres tan hermosa e inexplicable como la melancolía que te derrota en ciertos pasajes de la Madrugá de Abel Moreno. Y tan seductora como el celeste de tus ojos, que no puede decolorar el tiempo. Como las diosas femeninas que desde siempre supo adorar esta tierra, tienes trono de oro y marfil en el templo de Astarté en el Carambolo y en la Resolana el santuario de la fe de nuestros mayores engloriando la sagrada humanidad de la Esperanza. Macarena, por supuesto. Cuando abril nos despierta con cielos que no cupieron en las paletas de Velázquez y Murillo, de Bacarisas y García Ramos, de Salinas y Cuervo, de Suárez y Cerezal entiendo que no hay mano humana que pueda definirte. Que eres carnal, frutal y reventona. Pero inasible. Que eres rosa de nuestros vientos. Y no hay poeta, escritor o chupatintas que te aguante un tirón bailando pegado a la lozanía de tu vientre. Ni Bécquer, ni Murube, ni mi querido Manuel Mantero pudieron con tanto. Un solo movimiento de tus caderas vale por la obras completas de los otros tres bardos, primeros espadas en la Maestranza de nuestra lírica.
Pienso que estás hecha para mantillas, mantones y batas humildes como la de Manuela, la heroína de Halcón que bailó sobre una tumba en la película de García Pelayo. Tienes veneno en la piel. Pero no estás hecha de plástico duro. Y en las medias negras de tu pecado me pierdo por la costura que arranca desde el talón para morir de placer en la pleamar de tus caderas. Con la hipodérmica rosada de la Giralda combatimos la desolación de los hijos del agobio. Hay metadona en esta ciudad que nos cura del olvido y de la amnesia, las grandes enfermedades de las ciudades que dejaron de ser y viven desalmadas. Un pinchazo de la Giganta nos rescata de los pueblos que perdieron raíces e identidades y nos pasea en el caballo blanco y noble del brigada Rafaé. Tienes la sensualidad griega de una parra y la risa roja de una granada andalusí. Eres la música que bailas, la luz que te enciende, la vida que pasa y te susurra al oído Raimundo Amador. Viene abril y resucitas. Y cada primavera tienes una cruz que llorar, un costero al que agarrarte y un tablao donde enseñarnos tus piernas de diosa turdetana.
En estos días donde pasas a mariposa sin ser gusano, yo entrego la cuchara y me pierdo en los brazos de tu extrema sensualidad. Soy tuyo, Sevilla. Y haz conmigo lo que quieras. Nadie mejor que un león que tenía sangre verde y un martillo convertido en dragón lo expresó tan bien: Sevilla está para follársela. Perdonen el exceso. Pero a veces no hay mejor forma para expresar lo inconmensurable de una resurrección que la medida exacta del exabrupto…
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