PÁSALO
Preguntas afganas
Resulta extravagante instaurar la democracia en un país que nunca la quiso

Llevo unos años detrás de los que saben de esto para entender qué le pasa al mundo. He hablado y entrevistado a historiadores de contemporánea, de clásicas y de moderna. En ese abanico de personajes que pudieran explicártelo no entran, por supuesto, político alguno, tan ... esclavo del sectarismo que profesa su militancia que una ministra ha llegado a comparar la desigualdad de la mujer madrileña y de la mujer afgana. Los historiadores, con divergencias de escaso calibre entre los consultados, vienen a coincidir en el hecho de que Occidente o se muere o está muy malito, como ya pronosticó Spengler. Esa caída por el tobogán de la historia comenzó hace tiempo. Los últimos cuatro grandes césares del imperio, desde Bush junior al senil Biden, pasando por Obama y Trump, no han hecho otra cosa que acelerar un proceso. Algunos encuentran el arranque del declinar en la decisión de Nixon de cambiar el patrón oro por el del dólar. Sea como fuere, Afganistán, no es si no un escalón más en esa pérdida de liderazgo mundial, que ha pillado a algunos babélicos tan confundidos como los bárbaros sorprendieron a muchos ciudadanos de una ciudad de Cartago cuando la invadieron: comiendo pipas mientras asistían, ajenos a su tragedia, a la que se representaba en el teatro.
Hay una multitud de preguntas afganas por contestar. Pero, créanme, la principal de todas es la que muchos historiadores se vienen formulando desde que China dio un zarpazo al orden global establecido y empezó a ocupar zonas de influencias políticas y económicas en el mundo. Así las cosas, la pregunta no es qué ha pasado en Afganistán. La pregunta es qué está pasando en China y porqué Occidente se empeña en equivocarse con tan extraordinaria exactitud. No se entiende el empeño de invertir entre ochenta mil y ciento cuarenta mil millones de dólares para convertir Afganistán en una democracia cuando, lo más cerca que estuvo a ese sistema político, fue con Alejandro Magno. Nunca ese país de amapolas de opio y de alacranes con pakol, tribal y feudalizado, tuvo algo que ver con la democracia. Intentar instaurarla en veinte años es, como mínimo, tan extravagante como reducir el conflicto afgano a un problema de violencia de género. Ya digo que aquí hay moradas que lo han hecho.
EE. UU. soñó con la libertad duradera de Afganistán tras el 11 de septiembre para desactivar el avispero terrorista. Esa libertad, comprada a tan alto precio de vidas humanas y dólares, solo supo construir una red clientelar de colaboradores afganos liderados por señores de la guerra cuya única fe es el dinero. La democracia les importaba tanto como para no defenderla cuando menos de cincuenta mil talibán amenazaban a un supuesto ejército nacional de trescientos mil hombres. Cuando Biden cortó el agua del regadío, la democracia, las mujeres, los niños y los hombres que creyeron en la utopía se agarraron al fuselaje de los aviones para huir del degüello. Kabul vuelve a ser lo que ha sido siempre. Occidente cada vez come más pipas en el teatro viendo una tragedia teniendo encima la propia…
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