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PÁSALO

Luis Rull

Universitario hasta los mismos huesos hoy ya conoce el secreto de los números primos

Felix Machuca

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DEBÍ llamarlo cuando regresé de Portugal para indicarle cómo estaban de nevados los almendros de Tavira, informarle del nuevo lugar que descubrí para comprar mermeladas caseras y que su buen tino espantara mi indecisión a la hora de escoger algunos tintos de robusto paladar de ... los viñedos alentejanos. Debí llamarlo para compartir la felicidad, como hacían los Durrell en la isla amable de Corfú con las cosas más cotidianas, esas que no te hacen comprender el mundo, pero sí vivirlo. Uno piensa que lo urgente es lo importante y va postergando lo inaplazable para otro momento, para otro día, en la falsa certeza de que la nave va. Así que, Luis, me quedé sin contarte todo esto y con la pena espinándome la garganta, con la culpa oxidando nuestra amistad, uniéndose al dolor de tu marcha la imperdonable deslealtad de no haber cogido el teléfono para compartir la grandiosa pequeñez de lo doméstico. Te hubiera gustado. Y yo habría aprendido, como siempre hice, cada vez que hablábamos. La brutal eclosión de la naturaleza se afanaba más allá del Guadiana en pintarse con los coloretes de los soles jóvenes y fuertes, dándonos esa falsa pero amistosa sensación de que el tiempo nos sigue siendo fiel. La naturaleza es brutal. Y tu lo sabes mejor que nadie, estimado amigo. En un abrir y cerrar de ojos hace brotar rosas, clivias y dolorosas e imprevisibles despedidas...

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